Page 135 - 07 Schrödinger
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Según señalamos en el primer capítulo, Einstein razonó que los
       fotones debían comportarse como partículas y Compton confirmó
       que los cuantos de luz desviaban la trayectoria de los electrones
       en el laboratorio, como en un choque de bolas de billar. Por tanto,
       nada más iluminar una partícula ya la estamos expulsando de la
       posición que pretendíamos registrar.  ¿ Tenemos algún modo de
       determinar cómo era antes de alterar su curso? La respuesta es
       negativa.  El único modo que tenemos de  conocer es medir,  y
       medir implica perturbar. Imaginemos que nada más lanzar la pe-
       lota, impulsada por la raqueta del tenista, cada colisión contra un
       fotón modificase su trayectoria.  Con los fotones que llegaran a
       nuestros ojos nos sería prácticamente imposible reconstruir el
       recorrido ajetreado y zigzagueante de la pelota. Es lo que sucede
       en el ámbito atómico.
           Se puede probar a disminuir la energía de la luz, para golpear
       al electrón con más suavidad y no trastocar en exceso su trayec-
       toria.  Para conseguirlo hay que rebajar la energía de la luz.  De
       acuerdo con la expresión de Planck (E= h • v ), eso implica recortar
       la frecuencia o, lo que es lo mismo, estirar las ondas electromag-
       néticas. Esta estrategia tan prometedora pronto fracasa.  Cuando
       se compone una imagen a partir de las ondas que han interactuado
       con un objeto, la nitidez depende de su longitud de onda. A mayor
       "A,  menor resolución, así que las ondas dibujan una imagen cada
       vez más borrosa a medida que se van estirando. La naturaleza
       parece confabularse de manera que la energía que permite definir
       los  detalles  de la trayectoria del electrón lo perturba hasta el
       punto de deslocalizarlo y la energía que respeta su recorrido nü
       proporciona suficiente resolución para distinguirlo.
           Recuperemos el símil de la cancha de tenis y supongamos
       que, como espectadores, contamos con un sencillo aparato que nos
       permite modificar la longitud de onda de la luz con la que quere-
       mos «ver» el partido. Una A corta, en principio, nos proporciona-
       ría la nitidez suficiente, pero cada fotón golpearía con tal fuerza la
       pelota que las partículas luminosas que llegaran a nuestros ojos
       no serían capaces de ofrecer un relato coherente acerca de su
       posición. A medida que fuéramos aumentando la longitud de onda
       de los fotones, mitigando poco a poco el efecto sobre la pelota, la





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