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Perdido en esta tierra de nadie, Schródinger recibió la invi-
tación de integrarse en el Instituto de Estudios Avanzados que
estaba a punto de constituirse en Dublín. Se le hizo llegar el ofre-
cimiento a través de una cadena de mensajes verbales, desde
Irlanda hasta alcanzar a la madre de Annemarie. Como esta des-
confiaba de su memoria, fue la única que anotó parte del recado
en un papel. Erwin y Annemarie lo leyeron tres veces, como si se
tratara de un sortilegio de salvación, y lo quemaron. Decidieron
qué pertenencias querían llevarse y las encajaron como pudieron
en tres maletas. Con apenas unos marcos en el bolsillo, para no
levantar sospechas, compraron en la estación de tren dos billetes
de ida y vuelta a Roma. Nunca hicieron uso del billete de regreso.
«En Alemania, si algo no se permite, es que está prohibido.
En Inglaterra, si algo no se prolube, está permitido. En Austria e
Irlanda, ya se proluba o se permita, la gente hace lo que quiere.»
- COMENTARIO DE ScnRODINGER ACERCA DEL AMBIENTE DE TOLERANCIA QUE DISFRUTÓ EN IRLANDA.
En Dublín, Schrodinger conquistó la tranquilidad que tan es-
quiva se le había mostrado desde su marcha de Berlín, hacía ya
siete largos años: «Que un gobierno extranjero me haya devuelto
a un estado de seguridad absoluta [ ... ] a los cincuenta y tres años,
me llena de ... en fin, de una gratitud infinita hacia el país». Irlanda
y Schródinger congeniaron desde el principio. Un periodista de la
revista Time pintó en un reportaje una de las caras de ese enamo-
ramiento: «Su forma de hablar suave y jovial, su peculiar sonrisa,
resultan irresistibles. Y los dublineses se enorgullecen de contar
con un premio Nobel viviendo entre ellos». Por su parte, Schró-
dinger respiró a sus anchas en una comunidad no particularmente
obsesionada con su vida privada.
En la neutral Irlanda, las estridencias de la Segunda Guerra
Mundial llegaban amortiguadas. El prestigio de Schródinger dio
brillo al instituto recién inaugurado, ejercitando su poder de con-
vocatoria para atraer a grandes figuras como Eddington, Dirac,
Pauli o Max Bom. Schródinger se convirtió en una figura familiar
para los dublineses, iba y venía a todas partes en bicicleta, que-
EL GATO ENCERRADO 145