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un punto de vista matemático, pero sobre el papel surgían infini-
       dad de teorías que, o bien no describían la naturaleza, o bien pre-
       decían fenómenos  que  no se  observaban.  Einstein  se hallaba
       enfrascado en la misma búsqueda desde la década de 1920 y com-
       partió con Schrodinger sus avances, a través de una copiosa co-
       rrespondencia.  En gran medida,  ambos dieron la espalda a dos
       décadas de avances en física nuclear, que desembocarían en el
       descubrimiento de nuevas interacciones fundamentales, fuerte y
       débil, que ninguno contempló en sus ecuaciones.

            «A mi edad ya había abandonado toda esperanza de volver a
                                hacer una gran contribución a la ciencia.»

                            -  PALABRAS  DE  8CHRODINGER  ANTE  LA  EXPECTATIVA  DE  HABER  LOGRADO
                                          UNIFICAR  LA  GRAVITACIÓN  Y  EL  ELECTROMAGNETISMO.


           La cautela debía ser proporcional a la magnitud del empeño,
       pero Schrodinger, que entonces ya rayaba en los sesenta, pecó
       de un exceso de confianza. Ofuscado por un desmesurado brote de
       entusiasmo, convocó a la prensa y anunció la creación de una
       teoría total,  donde la relatividad einsteniana quedaba reducida
       «simplemente a un caso particular». Era consciente del envite: «Si
       estoy equivocado habré hecho el ridículo completamente». Ein-
       stein quedó estupefacto al enterarse de la noticia. Cuando el res-
       ponsable de la sección científica del New York Times le pidió su
       opinión, su respuesta fue un jarro de agua fría para Schrodinger.
       Una frialdad que se extendió a sus relaciones.  La complicidad
       científica que compartían se evaporó y,  finalmente, también sus
       esperanzas. Por desgracia, ninguno de los dos alcanzó su objetivo.
       Tampoco los físicos que recogieron el testigo, contagiados por la
       misma ambición de reunir en una sola teoría las interacciones
       conocidas. Después de este embarazoso rifirrafe, Schrodinger de-
       cidió satisfacer su viejo anhelo de dedicar más tiempo a dos de
       sus amores más tempranos: la filosofía y la poesía.
           Material para sus versos no le faltaba,  ya que a pesar de la
       edad, su adicción sentimental no remitía. Como siempre, la llama
       prendía con fuerza para luego abatirse. Alquiló un piso en el cen-






                                                    EL GATO ENCERRADO      147
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