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práctica el malabarismo de la superposición con un virus del
         mosaico del tabaco. Quizá, a pesar de juzgarlo como una here-
         jía, Schrodinger hubiera sabido apreciar este maridaje de biolo-
         gía y física.


                         «Cuando alguien menciona el gato de Schrodinger,
                                                              saco la pistola.»
                                                                -  STEPHEN  IIAWKING.


             El dominio de las superposiciones macroscópicas abre la vía
         a su aplicación en los ordenadores cuánticos. Las computadoras
         actuales trabajan con una aritmética de ceros y unos.  La base
         operativa de su equivalente cuántico sería un sistema capaz de
         adoptar dos estados. Si además se sitúa en una superposición,
         estarla simultáneamente en ambos. En un ordenador común los
         programas ejecutan sus acciones en función de los resultados de
         otras operaciones, que son ceros o unos. En un dispositivo cuán-
         tico se procesarían en paralelo las instrucciones correspondien-
         tes a las dos alternativas. Esta capacidad de simultanear acciones
         que las computadoras clásicas deben secuenciar multiplicaría su
         capacidad operacional.
             La salida al laberinto de la paradoja de Schrodinger y a gran
         parte de los problemas de la interpretación cuántica parece apun-
         tar hoy en día al concepto de decoherencia, que fue desarrollado
         por el físico alemán Heinz Dieter Zeh en 1970. Viene a decir que
         los estados de superposición son peñectamente admisibles, pero
         al mismo tiempo son en extremo delicados. Para que se desbara-
         ten basta la interacción con el resto del universo. Se comportan
         como un castillo de naipes frente a una ventana abierta. La emi-
         sión o absorción de un fotón, el choque contra una partícula, di-
         suelven  los  espectros  de  la función  de  onda y  precipitan  su
         evolución irreversible hacia un estado de apariencia clásica. Por
         tanto, la extrañeza del mundo cuántico en realidad no se debe a la
         escala, lo que requiere es un elevado grado de reclusión para ma-
         nifestarse. En nuestra vida cotidiana no asistimos a superposicio-
        . nes fantasmales porque resulta casi imposible aislar un objeto






                                                      EL GATO ENCERRADO      157
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