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del electrón, algo así como una rotación interna, análoga a la del
movimiento de rotación de los planetas alrededor de sus propios
ejes. Por este motivo, a este cuarto número atómico se le llamó
«espín» (del inglés spin, girar).
Todo lo anterior constituye lo que se conoce como «principio
de exclusión de Pauli»: en un mismo sistema, en un mismo átomo,
cada electrón debe ser distinto a todos los demás; sus cuatro nú-
meros cuánticos no pueden ser iguales. Esto explica, por ejem-
plo, que en el estado de energía más bajo, un átomo cualquiera
no tenga todos sus electrones en el primer nivel orbital, sino que
estos se vayan distribuyendo en niveles de energía y de números
cuánticos crecientes.
Heisenberg llevó esta nueva mentalidad hasta el final. No se
trataba de olvidarse solo de las órbitas de los electrones en los
átomos, sino que había que dejar de pensar en trayectorias en
general e, incluso, en el concepto clásico de partícula como algo
plenamente delimitado en el espacio. Gran parte de la nueva me-
cánica fue formulada por Heisenberg durante lo que debían ser
unas vacaciones en Heligoland, una pequeña isla en el mar del
Norte; su planteamiento acabó convirtiéndose en una de las pro-
puestas que, en retrospectiva, más cambiaron la física.
Lo que hizo Heisenberg, libre de los complejos de inseguridad
propios de la juventud ( o, precisamente, debido a su juventud atre-
vida), fue decir: la física cuántica se está complicando demasiado
con modelos que no tienen ninguna base y que cada vez se mues-
tran más incapaces de predecir los resultados empíricos; en lugar
de tomar como punto de partida los modelos que no conocemos,
tomemos los datos que sí conocemos: el número e intensidad de
las líneas espectrales, la dispersión de las radiaciones y de la luz, y
cualquier otro fenómeno relacionado con los electrones y las radia-
ciones. Y, en lo que podía parecer un ejercicio de numerología o de
cabalística medieval, Heisenberg se dedicó a organizar los datos de
energías e intensidades en filas y colunmas. Con ello observó que
se daban unas relaciones matemáticas curiosas, pero recurrentes,
que le permitían manejar con relativa sencillez los datos empíricos.
El primero con el que intercambió ideas fue con Pauli y, solo
después del verano, con Bohr, quien se emocionó al ver que, en
96 CATALIZADOR DEL MUNDO CUÁNTICO