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MURRA Y GELL·MANN
                Cuando tenía catorce años, Murray
                Gell-Mann, nacido en  Nueva York
                el  15  de septiembre de 1929,  fue
                catalogado como «el más estudio-
                so» por sus compañeros del cole-
                gio Columbia Grammar, situado en
                el  Upper West Side de Manhattan.
                Desde pequeño Gell-Mann demos-
                tró un  enorme interés  por la  lin-
                güística, hasta el  punto de que con
                los años acabó convirtiéndose en
                un experto fonetista capaz de co-
                rregir la pronunciación a cualquie-
                ra  en su  propia  lengua. En  cierta
                ocasión,  Feynman  estaba  redac-
                tando unas palabras en samoano
                para un carneo como jefe tribal en   El  rey Gustavo VI  Adolfo de Suecia saluda
                el  musical Al sur del Pacífico  que   a Murray Gell-Mann (derecha) tras entregarle
                                              el premio Nobel de Física de 1969.
                estaban preparando en el Caltech,
                y comentó resignado a un amigo:
                «La única persona que sabrá que lo estoy pronunciando mal  es  Murray».
                Gell-Mann no descubrió su  vocación por la física hasta que fue a la  universi-
                dad.  Se  trató de una  llegada  bastante deprimente para quien había  sido
                considerado en  el  colegio como un  prodigio: Yale solo le aceptaba en ma-
                temáticas,  Harvard lo hacía si  se  pagaba  la  matrícula completa y  Princeton
                ni  siquiera le admitía. Así las cosas, con el corazón roto, decidió estudiar en
                el  MIT, donde se  matriculó en 1948, justo cuando llegaba la  cresta de la  ola
                de la electrodinámica cuántica. Su  tutor, Víctor Weisskopf, le advirtió que el
                futuro pertenecía a Feynman, así que se  puso a estudiar con ahínco todos
                sus  artículos. Al  terminar esta  inmersión cuántica  se  hizo una visión  muy
                personal  de los artífices de la  QED:  Feynman le impactó con su  lenguaje
                directo, Schwinger le pareció vacío y pomposo y  Dyson, ordinario y descui-
                dado.  Después  de doctorarse a  los veintiún  años y  pasar un  curso en  el
                Instituto de Estudios Avanzados, marchó a trabajar con Fermi en la  Univer-
                sidad de Chicago. Por entonces, la  física de partículas necesitaba encontrar
                algún tipo de orden en  los resultados que surgían de los aceleradores de
                partícu las:  a medida que progresaba la  investigación aparecían más y  más
                partículas. En este orden de cosas, la situación podría calificarse de caótica:
                el  finlandés  Matt Ross describía cuarenta y  una  partículas diferentes en la
                revista Review of Modern Physics.  Hablar de «partículas  elementales» era
                motivo de guasa.








          130        DE  LOS Á TOMOS A  LOS QUARKS
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