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antipartícula. El descubrimiento de que tenía razón lanzó la repu-
      tación de este joven físico y futuro premio Nobel al estrellato. El
      siguiente paso de Gell-Mann fue romper con la tradición no es-
      crita de la física a la hora de poner nombre a esa nueva carga: la
      identificó con un número cuántico llan1ado «extrañeza», y las par-
      tículas asociadas recibieron el nombre de «extrañas». Semejante
      bautizo no gustó a los editores de la revista Physical Review Let-
      ters,  que no dejaron que apareciera la expresión «partículas ex-
      trañas» en el título del artículo.
          Con el comienzo del nuevo año el Caltech le hizo una oferta
      y Gell-Mann aceptó, instalándose en un despacho justo encima de
      Feynman. Con veintiséis años se acababa de convertir en el pro-
      fesor titular más joven de la historia de dicho instituto. En opinión
      de muchos, el Caltech tenía ahora en nómina a las dos mejores
      mentes de la física de la época. La admiración profesional que se
      profesaban era recíproca.
          Murray expresó  con las  siguientes palabras su impresión
      sobre Feynman:

          Lo que siempre me gustó del estilo de Richard fue la ausencia de
          pomposidad en su presentación. Estaba cansado de teóricos que
          disfrazaban su trabajo con lenguaje matemático o inventaban envol-
          torios excesivan1ente pretenciosos para lo que eran unas modestas
          contribuciones. Las ideas de Richard, a menudo potentes, ingeniosas
          y originales, las presentaba de una forma tan directa que me parecía
          totalmente refrescante.

          Como no podía ser de otro modo,  empezaron a colaborar.
      Podían discutir durante horas en sus oficinas,  «retorciendo la
      cola del cosmos», como diría más tarde el propio Murray. Pero se
      trataba de un matrimonio con incompatibilidad de  caracteres:
      Gell-Mann era el epítome del científico culturalmente educado,
      juzgaba con severidad y dureza a los demás y sus ideas, y siempre
      estaba preocupado por la prioridad en un descubrimiento cientí-
      fico.  Por el contrario, Feynman nunca se preocupó por quién se
      llevaba los laureles; solo le preocupaba si la propuesta era co-
      rrecta o errónea.






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