Page 151 - 05 Feynman
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Feynman era un profesor atípico. Cada día llegaba antes que
        los alunmos, a los que recibía con una sonrisa en los labios y dis-
        puesto a regalarles una forma absolutamente diferente de enfocar
        la física,  desde la mecánica clásica a la cuántica pasando por el
        electromagnetismo, la termodinámica, la mecánica de fluidos ...
        Sus clases eran siempre un espectáculo, una «guía para perple-
        jos», como le gustaba llamarlas, y quería que la falta de conoci-
        miento de sus alumnos no fuera una lacra para entenderlas.
            Sus clases nunca terminaban con un  «continuaremos esto
        mañana». Como si de una obra teatral se tratara, tenían una intro-
        ducción, un nudo y un desenlace.  Sin embargo, era demasiado
        para los estudiantes recién llegados del instituto.  Poco a poco
        iban desertando y en su lugar el aula se iba llenando de profesores
        y estudiantes graduados que esperaban que les contara la física de
        un modo más refrescante e intelectualmente estimulante. Sus cla-
        ses fueron recogidas y transcritas, convirtiéndose en tres volúme-
        nes, los libros rojos. Al contrario de lo que sucede con los libros
        de texto, las The Feynman Lectures of Physics aún se siguen ree-
        ditando y la inmensa mayoría de los estudiantes d~ física las com-
        pra y empieza a leerlas: son parte del ritual que debe seguir quien
        aspira a ser físico.



        EL NOBEL

        A las nueve de la mañana del 21 de octubre de 1965 un telefax de
        la Western Union lanzaba a  Feynman, junto con Schwinger y
        Tomonaga,  al olimpo de la ciencia:  habían sido galardonados
        con el premio Nobel de Física por su «trabajo fundamental en
        electrodinámica cuántica que  tuvo  profundas  consecuencias
        para la física de las partículas elementales». Como suele suceder
        con todos los galardonados,  debían estar dispuestos a aceptar
        que su vida iba a cambiar de manera radical. A Feynman, que
        odiaba toda pompa,  pensar eso no  le  sentaba nada bien.  De
        hecho, pensaba que el Comité Nobel primero debía informar en
        privado a los futuros ganadores por si alguno prefería rechazarlo
        en silencio, sin montar ningún tipo de alboroto. Y,  según decía,






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