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años y su salud empezaba a resentirse por haber estado trabajando
                     con sustancias radiactivas sin tomar ninguna precaución. Además,
                     llevaba veinte años luchando para hacerse un hueco en el anquilo-
                     sado establishment científico francés, que no le reconocía sus in-
                     cuestionables méritos ni le daba el apoyo institucional y económico
                     que necesitaba. Rutherford, en cambio, había trabajado en uno de
                     los laboratorios pioneros en el estudio de la estructura del átomo, el
                     Cavendish de Cambridge, y al finalizar su tesis obtuvo una cátedra
                     en la Universidad McGill, en Montreal, Canadá. Allí dispuso de un
                     laboratorio muy bien dotado para estudiar la radiactividad, aunque
                     carecía de lo único que Marie y Pierre tenían en abundancia: fuen-
                     tes de radio. Rutherford tenía veintisiete años, acababa de casarse
                     y estaba en la plenitud de sus facultades físicas y mentales.
                         Rutherford dio con la clave que permitiría desentrañar todo el
                     galimatías de la radiactividad. En cambio, el creativo, brillante y so-
                     ñador Pierre no solo no encontró la solución, sino que se empecinó
                     en no darle la razón a Rutherford durante años. Marie, por una es-
                    pecie de lealtad a su memoria, hizo suyo ese empecinamiento y dejó
                     atrás esa mezcla de curiosidad y ausencia de prejuicios de la que
                     había hecho gala al iniciar su tesis, gracias a la cual había abierto la
                    puerta a un nuevo can1po de investigación. Y el equipo inglés capita-
                     neado por Rutherford, a quien muchos años después sus exquisitos
                     colegas de la metrópoli lo recordaban con especial admiración por
                     hablar inglés sin acento neozelandés, ganó el partido por goleada.




                     EMANACIÓN

                    En noviembre de 1899 Pierre y Marie observaron que todas las sus-
                    tancias que se encontraban cerca de las sales de radio y polonio pa-
                    recían volverse radiactivas, y que la radiactividad perduraba durante
                    un tiempo bastante largo. Llamaron a este fenómeno «radiactividad
                    inducida». Al otro lado del Atlántico, Rutherford, que al principio
                    solo contaba con sales de torio, relativamente poco activas, encon-
                    tró un fenómeno parecido en febrero de  1900.  Con anterioridad,
                    en el laboratorio de Cambridge, él mismo ya había notado cómo a





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