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de ellos en forma de pensión económica vitalicia desde el mismo
                     Gobierno, lo que hizo mucho más llevadera su vida científica. A
                     la muerte de Davy, la Academia de las Ciencias francesa lo eligió
                     para sustituirlo. Antes Dalton había visitado brevemente Pruis, en
                     1822, para reunirse con algunos prestigiosos colegas franceses.
                     La veneración por la figura del malogrado maestro Lavoisier lo
                     empujó a ello. Ya en lo alto de su fama, impartió conferencias en
                     lugares tales como Oxford, Bristol o Dublín, pero los problemas
                     cardíacos y sus secuelas le hicieron volver a su voluntaria reclu-
                     sión en la industriosa ciudad de Mánchester, donde fallecería solo,
                     corno siempre vivió,  el 27 de julio de 1844. Poco antes de morir
                     había recibido el homenaje de sus conciudadanos, y una gran es-
                     tatua de Dalton, hoy en el Ayuntamiento de la ciudad, había sido
                     esculpida en su honor. A su muerte, las muestras de afecto y admi-
                     ración de sus vecinos se repitieron con la sorprendente profusión
                     narrada al principio de este capítulo.

         «Dalton es, probablemente, el único científico
         con estatua propia en vida.»

         -  CITA APÓCRIFA  DE  LA  ÉPOCA.

                         Después de su muerte hubo quien se atrevió a poner en duda
                     la existencia de los átomos. El más crítico tal vez fuera el físico y
                    filósofo austríaco Emst Mach (1838-1916) que, aparte de descubrir
                     la relación entre la velocidad de un cuerpo y la del sonido, como
                    pensador positivista que era no pudo sino afirmar que «los átomos
                    no pueden apreciarse por los sentidos, solo son un invento del
                    pensamiento». Mach sostenía de forma tajante que para la cien-
                     cia solo aquello empíricamente comprobable era admisible y, por
                    tanto, negaba conceptos tales como materia, necesidad y causali-
                    dad. Los átomos de Dalton entraban dentro de esta negación: eran
                    necesarios para explicar las moléculas, pero no podían detectarse.
                    Por tanto, su existencia no pasaba de ser un artificio intelectual.
                    Este punto de vista tan radical se extendió principalmente entre
                    los científicos del área alemana, aunque no era compartido por el
                    vienés Ludwig Boltzrnann (1844-1906).





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