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Escribe Bill Bryson, no sin cierta ironía, que si hubiese que decir
cuándo la química se convirtió en una ciencia seria y respetable,
su inicio estaría marcado por la obra El químico escéptico, escrita
y publicada por Robert Boyle en 1661. Hasta entonces todo era un
ir y venir en la búsqueda de una quimera. Hubo incluso quien afir-
maba que, mezclando los elementos apropiados en su justa me-
dida, podría hacerse invisible. Y ya mediaba el siglo XVII. En
concreto, se trataba del famoso médico, alquimista, erudito y
aventurero alemán Johann Becher (1635-1682). Además del dispa-
rate anterior, es uno de los padres de la ya mencionada teoría del
flogisto. Suponía que cuando una sustancia arde, otra sustancia
- llamada terra pinguis- se libera. Otro físico alemán, Georg
Stahl ( 1659-1734) compartiría esta teoría según la cual la antedi-
cha hipotética sustancia representa la inflamabilidad, y la combus-
tión representa la pérdida de dicha sustancia.
Ya hemos contado que la teoría del flogisto - y tantas otras
falsas creencias- serían refutadas principalmente por Lavoisier y
también por el ruso Mijaíl Lomonósov. Pero la alquimia era dema-
siado atractiva como para ser abandonada alegremente. Los sem-
piternos elementos aristotélicos eran todavía en aquella época la
base de los laboratorios. El mencionado Becher, antes de hacerse
definitivamente invisible de forma irreversible en 1682, habría pro-
puesto una particular explicación a la teoría clásica. Para él, tierra
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