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En agosto de 1609, Galileo subió a la torre de San Marcos de Vene-
       cia junto a una nutrida representación de nobles venecianos para
       presentar un instrumento muy prometedor para la defensa de la
       ciudad. Servía para ver de lejos y aumentar el tamaño de los obje-
       tos,  lo que permitiría avistar posibles barcos enemigos cuando
       aún estuvieran lo suficientemente alejados como para poder pre-
       pararse para su recibimiento.
           Galileo previó que esta aplicación le podría reportar dinero y
       honores, como así fue,  pero muy pronto encontró otro uso que
       satisfaría sus ambiciones intelectuales: estudiar las estrellas. Fue
       un momento inaugural, un nuevo comienzo de una ciencia que ya
       entonces te_nía una historia milenaria, con unos orígenes que se
       remontaban a Egipto y Grecia. Desde entonces, los telescopios no
       han dejado de proporcionar datos fundamentales que aumentan
       cada vez más nuestra comprensión del universo.
           Con anterioridad a la aparición del telescopio, los astróno-
       mos habían desarrollado un instrumental específico de cálculo
       -no de observacion-, como las esferas armilares o los astrola-
       bios, con los que determinaban la posición de las estrellas en el
       firmamento. También se usaban tablas con las que predecían la
       posición de los planetas a lo largo del año (y de este modo podían
       confeccionar, por ejemplo, ajustadas cartas astrales) o bien fenó-
       menos como los eclipses.






                                  EL TELESCOPIO Y LA REVOLUCIÓN ASTRONÓMICA   47
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