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UN COSMOS DE ESFERAS

                      Al mirar las estrellas en el firmamento se observa que todas ellas
                      se mueven lentamente al UIÚsono, en una perfecta sincronización,
                      girando aparentemente alrededor de una estrella fija llamada es-
                      trella polar, que es la que coincide con el eje de rotación de la
                      Tierra Para los antiguos, estas observaciones eran un claro indi-
                      cio de que esos puntos brillantes formaban parte de una esfera
                      sólida en movimiento. Un ligero desplazamiento de la esfera pro-
                      duciría el movimiento de todas las estrellas a la vez, idea que se
                      verifica tras pasar un período de tiempo observando los cielos.
                      Durante milenios, fue común esta imagen de un universo enten-
                      dido como un cosmos finito y encerrado en una esfera en la que
                      estaban adheridos los puntos de luz llamados estrellas fijas.
                          Además de las estrellas fijas, los astrónomos de la Antigüedad
                      observaron otros puntos brillantes y con una trayectoria indepen-
                      diente.  Los  griegos los llamaron planetas,  cuyo significado en
                      griego es «errante». Los planetas conocidos en la Antigüedad eran
                      Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, que son los visibles a
                      simple vista. El listado de astros lo completaban el Sol y la Luna.
                          Nuestros sentidos nos engañan, y nos hacen creer que todo
                      gira a nuestro alrededor mientras que la Tierra permanece está-
                      tica. Es una ilusión de la que resulta muy difícil zafarse, por lo que
                      sorprende que en la antigua Grecia hubiera filósofos y astrónomos
                      que afirmaran que la Tierra estaba en movimiento. Un ejemplo fue
                      Heráclito de Ponto (siglo IV a.C.), quien defendió la rotación te-
                      rrestre ( antes que pensar que todo el universo se mueve a nuestro
                      alrededor llegó a la conclusión de que era más sencillo creer que
                      quien se mueve somos nosotros). Posteriormente, el astrónomo
                      alejandrino Aristarco de Samas afirmó que la Tierra, además de
                      girar sobre sí misma, era un astro que daba vueltas alrededor del
                      Sol, al igual que el resto de los planetas. Para la época, estas ideas
                      no podían recibir otro tratamiento que el de extravagancias: no
                      hay nada a nuestro alrededor que nos haga suponer que nos esta-
                      mos moviendo a toda velocidad por el espacio. Tales concepcio-
                      nes solo pudieron abrirse paso en la época moderna gracias al uso
                      de instrumentos como el telescopio y,  sobre todo, a una nueva






          50          EL TELESCOPIO Y LA REVOLUCIÓN ASTRONÓMICA
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