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GIOROANO BRUNO
Aunque no fue ni científico ni astrónomo,
Bruno (1548-1600) fue un visionario que
defendió con pasión el giro copernicano.
Fue mucho más lejos que sus coetáneos
al asegurar que no existía una esfera de
estrellas fijas donde se circunscribiera el
universo. Creía que las estrellas eran
como soles que se desparramaban por
un espacio infinito, visión que suponía en
realidad superar también el heliocen-
trismo, porque dejaba de tener sentido
preocuparse por el centro del universo.
Además, tenía la convicción de que algu-
nos de estos soles podrían estar pobla-
dos por seres inteligentes. Sacerdote y
teólogo, se interesó por todas las cien-
cias de su tiempo. Como Galileo, también creía que la Biblia tenía que servir
como guía moral, y no había que entenderla como un manual de astronomía.
Escribió numerosas obras, como La cena de las cenizas o Sobre el infinito
universo y los mundos. Hijo de un soldado, su auténtico nombre era Filippo
Bruno. Estudió humanidades y latín, y en 1565 entró en un convento domini-
cano donde adoptó el nombre de Giordano y fue ordenado sacerdote.
Huida y· condena
Por sus lecturas de autores prohibidos y libros heréticos recayó sobre él la
sospecha de herejía, y en 1576 se inició un proceso en su contra. Escapó a
Roma, donde fue acusado -falsamente- de asesinato, de modo que se vio
obligado a huir de nuevo. Esta vez se dirigió a Ginebra, colgó los hábitos y se
convirtió al calvinismo. Sin embargo, de nuevo un texto crítico con esta religión
provocó que se enfrentara a las autoridades. Acabó por asentarse en París, y
luego en Londres, donde siempre fue acogido en la corte. Fue el momento
más productivo de su carrera y cuando escribió sus obras más importantes.
Posteriormente viajó por Alemania impartiendo clases y lecciones en univer-
sidades. En 1591 fue invitado de nuevo a Venecia, donde tuvo conocimiento
de que en la Universidad de Padua había vacante una plaza de profesor de
Matemáticas. Aunque aspiró al puesto, finalmente recayó sobre Galileo. De
nuevo en Venecia, su protector, después de algunas desavenencias, lo entre-
gó a la Inquisición y lo acusó de herejía. El tribunal romano de la Inquisición
pidió la extradición, por lo que fue conducido a Roma, donde estuvo en prisión
durante ocho años, acusado, entre otras ideas, de negar la divinidad de Jesu-
cristo. Finalmente fue condenado a morir en la hoguera.
64 EL TELESCOPIO Y LA REVOLUCIÓN ASTRONÓMICA