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mojada lo que constituía la semilla de una nueva forma de enten-
der el mundo y el lugar del ser humano en él.
A pesar de los inicios titubeantes, poner la Tierra en movi-
miento desencadenó toda una revolución. La distinción aristoté-
lica entre dos mundos, sublunar y supralunar, dejaba de tener
sentido, dado el nuevo escenario. Y la Tierra entendida como
único centro de gravedad del universo dejaba paso a una concep-
ción múltiple de centros gravitatorios, lo que obligaba a plantearse
preguntas sobre la naturaleza de esa fuerza misteriosa. Todo esto
empezó a cuestionarse cuando la hipótesis empezó a tomarse en
serio como alternativa para describir la realidad.
Entre los escollos a superar se encontraba la ausencia de evi-
dencias sobre la superficie terrestre de que dicha superficie se
estuviera moviendo. Es más, todo apuntaba a que la Tierra se en-
contraba inmóvil. Por ejemplo, una Tierra en rotación supone que
su velocidad de giro es elevadísima. Nubes y pájaros se deberian
ver por esa razón siempre desplazándose hacia el oeste ( dado que
la Tierra gira en sentido contrario). Por otro lado, al lanzar un
objeto verticalmente desde un edificio de altura considerable, en
una Tierra en movimiento jamás caeria a los pies. Copémico evi-
denció que la nueva cosmovisión exigía una nueva física.
BRUNO Y LA INFINIDAD DEL ESPACIO
Los astrónomos se dieron cuenta paulatinamente de la superiori-
dad de cálculo del copernicanismo, a pesar de que lo rechazaran
como concepción cosmológica. Cuando comenzó a despertar cu-
riosidad, sus ideas se empezaron a prohibir - fueron los luteranos
los que primero tacharon su obra de herética- y su enseñanza fue
apartada de la universidad. A pesar de este clima global de re-
chazo, aparecieron astrónomos que se declararon copernicanos.
Es el caso del inglés Thomas Digges (1546-1595), quien, a partir de
la observación de una supemova en 1572 -que tal como se verá
más adelante, es la misma que ocupó a otro de los grandes astró-
nomos de la época, el danés Tycho Brahe- , escribió que este
acontecimiento invalidaba el sistema ptolemaico.
EL TELESCOPIO Y LA REVOLUCIÓN ASTRONÓMICA 63