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al mismo tiempo?».  Con el Sol en el centro, la Tierra tenía que
                      moverse necesariamente. Por un lado, el movimiento de rotación
                      diurno. En segundo lugar, un movimiento de traslación anual al-
                      rededor del Sol. Y en tercer lugar, un movimiento de cabeceo del
                      eje, como si se tratara de una peonza, que se conoce como prece-
                      sión de los equinoccios.


           «Todo cambio de posición aparente proviene del movimiento
           de la cosa vista o del movimiento del espectador,
           o de movimientos desiguales de ambos.»
           -  NICOLÁS  COPÉRNICO.

                          Copérnico mantuvo en su sitio la esfera de las estrellas fijas
                      que constituirían el límite del universo. Sin embargo, consideró un
                      sinsentido pensar que dicho límite se encontrara en movimiento
                      rotacional:  «¿Por qué seguimos empeñándonos en hacer mover
                      algo cuyos límites desconocemos, en lugar de que sea la Tierra la
                      que lo haga, perteneciendo al cielo la apariencia de movimiento?».
                      También tuvo que seguir apoyándose en epiciclos y deferentes,
                      pero en un número menor.
                          Como puede apreciarse, el sistema copemicano mantuvo las
                      mismas piezas ptolemaicas, pero encajándolas de forma distinta,
                      lo que forzaba a ver el mundo desde una nueva perspectiva.
                          Esta relatividad del movimiento se convertiría en un elemento
                      central de la nueva física.  Para Copémico, explicaba numerosos
                      fenómenos sin tener que recurrir a tantos recursos artificiales.



                      CONSECUENCIAS DEL COPERNICANISMO

                      La obra de Copérnico fue ignorada durante medio siglo. Solo entre
                      astrónomos obtuvo cierta repercusión, pero entendida como arti-
                      ficio  matemático. Seguían, de hecho, las indicaciones marcadas
                      por Osiander (1498-1552), el editor de la obra y autor del prólogo,
                      que animó a que se interpretara según esta respetable tradición
                      astronómica. En la práctica, era una forma de convertir en pólvora





          62          EL TELESCOPIO Y LA REVOLUCIÓN ASTRONÓMICA
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