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A pesar de todos sus problemas políticos y económicos (los pri-
meros, causados por los nazis, los segundos por la crisis de 1929),
en la década de 1930 Viena era una ciudad bulliciosa y alegre, con
una vida nocturna rica y diversa que se mezclaba con la no menos
diversa vida intelectual. En sus cafés, sus cabarés y sus clubes
nocturnos se escuchaba música y se bailaba, y también se discutía
sobre arte, ciencia y filosofía. En el mismo bar donde se reunía el
Círculo de Viena, por la noche sonaban orquestas de jazz.
En contraste, Princeton era pequeña y provinciana, sin clubes
nocturnos ni cabarés, una ciudad, en realidad, carente de toda
vida nocturna. Tal vez sería una exageración decir que Princeton
estaba al servicio de su universidad y del Instituto de Estudios
Avanzados, instituciones independientes aunque con muchos
lazos en común, pero la verdad es que era difícil salir a la calle sin
encontrarse con profesores, estudiantes o graduados de una u
otra casa de estudios, personas convencidas de pertenecer a la
élite intelectual del planeta.
Godel recibió este cambio de clima casi como una bendición.
Se adaptó rápidamente a este nuevo estilo de vida, más acorde
con su forma de ser, reconcentrada y volcada fuertemente a los
aspectos intelectuales de la existencia. Adele, en cambio, nunca
logró sentirse cómoda en Princeton. Ella, que había sido bailarina
en los clubes nocturnos de Viena, extrañaba la música y el bullicio,
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