Page 17 - 16 Fermat
P. 17
matemático. Aunque habían corrido algunos rumores en forma de
correos electrónicos, cuando era abordado por algún colega que
le preguntaba sobre el contenido de sus conferencias, se limitaba
a sonreír y a responder: «Asiste a las conferencias y lo verás».
Tanto secreto espoleó la curiosidad. Así que el auditorio de
doscientas personas, formado por avezados especialistas y algu-
nos doctorandos, hervía con cada minuto que pasaba. Al anunciar
las conferencias, Wiles tuvo buen cuidado de esconder su pro-
yecto bajo un título aparentemente inocuo. Sin embargo, conforme
avanzaba en su exposición, los expertos empezaron a darse cuenta
de lo que se cocinaba. Entusiasmados, escribían correos electró-
nicos en las pausas entre las conferencias, llenos de expectación
ante lo que imaginaban que sucedería. Ante el silencio sepulcral de
su auditorio, el expositor llenó pizarra tras pizarra de matemáticas
complejísimas y novedosas. Finalmente, Wiles escribió unas pocas
líneas más que completaban la prueba, hizo una pausa dramática,
y garrapateó el enunciado del último teorema de Fermat. Se volvió
sonriente hacia el público y elijo: «Creo que voy a dejarlo aquí».
Varias cámaras se dispararon, hubo ovaciones, aplausos ...
Uno de los problemas más difíciles del mundo, también uno de los
más antiguos sin resolver, cayó finalmente ante el ataque sistemá-
tico de un matemático brillante que había trabajado a solas du-
rante más de un lustro. Pero, ¿cómo es posible? ¿Redescubrió
Wiles la prueba de Fermat? No, la historia es mucho más com-
pleja. De hecho, los aplausos resultaron prematuros: la demostra-
ción de Wiles contenía un error fatal. Su estrategia de hermetismo
tenía ese enorme riesgo: al no compartir sus avances, nadie pudo
señalarle ese error antes de que fuera tarde. Y en matemáticas, un
solo error, un solo paso en falso, invalida toda la demostración,
que se derrumba como un castillo de naipes. Todos los pasos son,.
precisamente, como esos naipes que apuntalan la estructura de tal
forma que, con solo retirar uno de ellos, esta se desmorona. Wiles
tuvo por tanto que volver a la pizarra, contrito, y trabajar todavía
unos años para dar con una demostración definitiva, a prueba de
balas, que finalmente logró publicar en 1994. Pero dejemos por el
momento a Wiles, en su máximo momento de gloria, extático ante
sus rendidos admiradores.
EL TEOREMA QUE TARDÓ 350 AÑOS EN SERLO 17