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sistemáticamente. Por ello merece el título de Padre de la Mate-
                    mática. Toda la ambición de la ciencia matemática vislumbrada
                    por Pitágoras, una de las más fructíferas en la historia intelectual
                    de la humanidad, la retomaría el matemático alemán David Hil-
                    bert (1862-1943) con su Wir müssen wissen. Wir werden wissen
                    ( «Hemos de saber. ¡Sabremos!») en la segunda década del siglo xx.
                        Pitágoras, o alguien de su escuela, demostró el teorema que
                    lleva su nombre, de forma tal que era imposible ya dudar de su
                    verdad. Este teorema nos da una regla inmutable. En el caso de un
                    triángulo rectángulo, esta relación se cumplirá siempre. Con su
                    programa, Pitágoras puso el listón muy alto para las generaciones
                    posteriores: ya no bastaba con encontrar una receta, comprobarla
                    muchas veces y proclamar una regla universal.  Desde entonces,
                    en matemáticas, había que probarla. Y aunque en algunos casos
                    resultaría endemoniadamente difícil, el programa pitagórico de-
                    mostró ser tan fructífero que los matemáticos, a pesar de las difi-
                    cultades, no están dispuestos a renunciar a él.  Como el poeta al
                    que la cárcel de la métrica y la rima estimulan la creatividad, el
                    matemático piensa que el rigor que impone su método es impres-
                    cindible para acceder a las verdades que descubre.
                        Durante siglos los griegos aplicaron este principio para seguir
                    demostrando con rigor sus resultados. Pero un geómetra que reinó
                    al mismo tiempo que Ptolomeo I (367-283 aC.), general de Alejan-
                    dro Magno y rey de Alejandría, llegaría a cumbres más altas. Se trata
                    de Euclides (ca. 325-265 a.C.), quien no se conformó con demostrar
                    algunos resultados aislados, sino que, ambiciosamente, quiso reunir
                    todo el conocimiento matemático de su época en un solo sistema.
                        Euclides cayó en la cuenta de que toda demostración se ba-
                    saba en resultados anteriores que habían sido a su vez demostra-
                    dos; pero este proceso no podía seguir hasta el infinito. Por fuerza,
                    había que partir de algunas verdades que consideraba evidentes.
                    A esas verdades las llan1ó axiomas. Asimismo, tenían que existir
                    definiciones claras de los elementos utilizados; en geometría, por
                    ejemplo, puntos, líneas, triángulos, círculos, etc. A partir de esos
                    pocos  elementos  Euclides  demostró  que  se  podían organizar
                    todos los resultados en un solo corpus de conocimiento en el que
                    los resultados demostrados y los asumidos (los axiomas) servían





         22         EL TEOREMA QUE TARDÓ 350 AÑOS EN  SERLO
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