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LAGRANGE: EL GEÓMETRA QUE DETESTABA LA GEOMETRÍA
Joseph-Louis Lagrange (1736-1813) nació
en Turín y era de ascendencia francoita-
liana. Ya desde muy pequeño se le des-
pertó el interés por las matemáticas tras
leer un ensayo del astrónomo Edmond
Halley glosando las virtudes del cálculo
de Newton. Pronto estableció una estre-
cha relación con Euler, comunicándole
sus primeros hallazgos. Con ellos Euler
fue capaz de resolver muchos proble-
mas que tenía planteados desde hacía
tiempo. Pero, con admirable generosi-
dad, rehusó publicarlos hasta que La-
grange no hiciera lo propio, «para no
privarle de ninguna parte de la gloria
que se le debe». Al cabo de los años, en
1766, cuando Euler abandonó Berlín para ir a San Petersburgo, Lagrange
ocupó su lugar (se dice que Federico 11 exclamó que por fin había podido
sustituir a un matemático tuerto por otro con los dos ojos). Allí escribió su
obra maestra: Mecánica analítica (1788), una especie de poema científico por
su elegancia formal.
Geómetra a la fuerza
Lagrange detestaba la geometría y se preciaba de que su tratado no contenía
ni un solo dibujo: «No se encontrarán figuras en esta obra. Los que aman el
análisis verán con placer cómo la mecánica se convierte en una nueva rama
suya». Y, sin embargo, paradojas de la vida, el mayor honor que recibió en
vida fue ser nombrado geómetra del Imperio por Napoleón. Entre sus apor-
taciones se cuentan una nueva generalización de las ecuaciones del movi-
miento, así como nuevos métodos para resolver ecuaciones diferenciales
(método de variación de constantes). A la muerte de Federico 11, aceptaría la
invitación de Luis XVI para regresar a París. Allí conocería a Laplace y se vería
envuelto en los sobresaltos de la Revolución. De carácter depresivo, las gran-
des ingestas de té y café para dedicarse a las matemáticas term inaron por
minar su salud.
soluciones de esta como aproximación. Era el llamado método de
perturbaciones. Sin embargo, esta técnica pronto se mostró insu-
ficiente, puesto que no funcionaba en múltiples casos. Y los mate-
30 LA FORJA DE UN CIENTÍFICO