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una función representan cómo varía el valor de la función: si au-
        menta,  disminuye  o permanece constante.  La aceleración, por
        ejemplo, mide los cambios en la velocidad del móvil, dado que es
        el cociente de los diferenciales de la velocidad y del tiempo; en
        otros términos,  es la derivada de la velocidad con respecto al
        tiempo, por lo que expresa, en consecuencia, la variación de la
        velocidad en el tiempo.
            Pero aunque Newton inventó - al mismo tiempo que lo hacía
        Gottf1ied  Wilhem  Leibniz  (1646-1716)  de  un  modo  indepen-
        diente- el cálculo diferencial, o método de fluxiones como él lo
        llamaba, y lo utilizó para obtener sus resultados, escribió todas las
        leyes astronómicas y mecánicas contenidas en sus célebres Phi-
        losophiae naturalis principia mathematica (Principios mate-
        máticos de la.filosofía natural, 1687) en el lenguaje de la geome-
        tría heredada de Euclides y los griegos. Para él, calcular una deri-
        vada era determinar una recta tangente a una curva, y calcular una
        integral (la operación inversa o contraria a derivar), determinar el
        área encerrada bajo la curva. Basta echar un vistazo a una página
        cualquiera de los Principia para que nos llevemos una completa
        desilusión: el libro que pasa por ser el máximo exponente de la
        revolución científica nos  es prácticamente indescifrable.  Es a
        Leibniz a quien debemos los símbolos de derivar («6») e integrar
        («f»),  así como las reglas de manipulación de esta notación, que
        son familiares a cualquier estudiante de matemáticas.
            Aunque el asunto de la recepción y difusión de los Principia
        ha hecho correr ríos de tinta, los newtonianos fueron ganando en
        número gracias a la significativa labor de autores como Pierre Va-
        rignon (1654-1722), un jesuita amigo personal de Leibniz y profe-
        sor en París, que tradajeron los conceptos mecánicos y las :figuras
        geométricas de Newton en ecuaciones, empleando esa maravillosa
        herramienta que era el cálculo diferencial en la versión de Leib-
        niz, el cálculo infinitesimal. Dichos autores hicieron un magnífico
        favor a Newton al transformar su teoría en algo matemáticamente
        inteligible. Paralelamente, :filósofos como Voltaire y su compañera
        y amante, la marquesa Émilie de Chatelet (1706-1749), contribu-
        yeron a dar a conocer los principios newtonianos con gran éxito
        entre el gran público no especialista del continente europeo.





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