Page 22 - 17 Laplace
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llamó y le consiguió un puesto de profesor en la Escuela Militar
                   de París. Esta última carta, y no la recomendación que traía con-
                   sigo desde Caen, fue la que hizo a D'Alembert cambiar de opinión:

                       Señor Laplace, ved que hago poco caso de las recomendaciones. No
                       teníais necesidad de ellas, os habéis dado a conocer mejor por vos
                       mismo y esto me basta. Os debo mi apoyo.

                       En su carta de cuatro páginas, Laplace mostraba que conocía
                   los fundamentos de la mecánica y también que estaba familiari-
                   zado con las obras de Newton y de D'Alembert, lo que lo capaci-
                   taba para convertirse en un aspirante a filósofo natural, es decir,
                   a  científico ( aunque este último término no se hizo de uso co-
                   rriente hasta mediados del siglo xrx).
                       Fue el matemático Jean Baptiste Joseph Fourier (1768-1830)
                   quien contó por primera vez esta historia bastantes años después
                   de que sucediera, con ocasión del elogio póstumo que la Acade-
                   mia de Ciencias le dedicara a Laplace. No es descartable que la
                   historia fuera retocada para subrayar esa osadía del joven vein-
                   teañero que llama a la puerta del gran pope de las matemáticas
                   francesas para impresionar al patriarca de cincuenta y dos años
                   dando muestras de su talento. Sea como fuere, y aunque existen
                   otras versiones de la historia (en que  es el propio D'Alembert
                   quien entrega un problema al joven para saber si es digno mere-
                   cedor de su ayuda, y este lo resuelve en una noche), el episodio
                   parece verosímil.
                       Hecho o ficción,  el resultado fue el mismo:  en 1 769 Laplace
                   comenzó su carrera en París, bajo la protección del ilustre philo-
                   sophe, quien lo propuso como profesor de Matemáticas en la Es-
                   cuela Militar de la ciudad.
                       Laplace había pasado a formar parte de la élite intelectual
                   parisina cuyo centro era D'Alembert, y que incluía a otros mate-
                   máticos de renombre como Nicolas de Condorcet, el algebrista
                   Etienne Bézout (1730-1783)  o el astrónomo Joseph-Jéróme Le-
                   franc;ois de Lalande (1732-1807). Pero Laplace muy pronto fijó su
                   vista en otro objetivo: lograr un puesto en la prestigiosa Academia
                   de Ciencias de París.





        22         LA FORJA DE UN CIENTÍFICO
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