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de los cuerpos.  El calorímetro era una suerte de balanza para
                    medir el calor de un cuerpo en función de la cantidad de hielo
                    que  derretía.  Lavoisier,  como comisionado del Tesoro,  estaba
                    acostumbrado a cuadrar balanzas de pagos. Y,  como químico, a
                    estudiar el balance de masa entre los reactivos y los productos
                    de las reacciones químicas. Laplace, por su parte, estaba acos-
                   tumbrado a cuadrar las desigualdades astronómicas, así como a
                   usar el cálculo de probabilidades como una suerte de aritmética
                   moral que equilibrara nuestro conocimiento y nuestra ignoran-
                   cia. Era la tendencia a mensurar e igualar todo. Una tendencia a
                   la que tampoco escapó la política, como veremos en el siguiente
                   capítulo.





                   REPUTACIÓN Y  PRESTIGIO SOCIAL

                   En 1783 murieron Euler y D'Alembert. El anciano philosophe fran-
                   cés, artífice de muchos de los cambios que habrían de venir, no
                   llegó a verlos, pues murió en octubre de ese año. Lagrange quedó
                   entonces como decano de la nueva generación de matemáticos
                   que luchaba por abrirse paso: Laplace, Condorcet, Monge, Legen-
                   dre, Carnot ... Lagrange llegó a París en 1787, donde se incorporó
                   a la Academia y se instaló en el Louvre, lugar en que le hospedó la
                   reina María Antonieta, quien en su frivolidad disfrutaba de invitar
                   al silencioso sabio a eventos sociales. Ese año Lagrange conoció
                   personalmente a Laplace. Ya no era un discípulo prometedor de
                   D'Alembert, sino una figura que brillaba con luz propia por haber
                   demostrado «fuera de toda duda»  la estabilidad del sistema del
                   mundo. En la Academia, según dejó escrito un testigo de la época,
                   «se pronunciaba sobre cualquier cosa». De resultas parece que
                   incluso su relación con D'Alembert se resintió, porque Laplace
                   relegaba su trabajo al pasado. Su ego le llevaba a creerse, no sin
                   razón, el mejor matemático vivo de Francia.
                       Si en 1773 Laplace era un humilde miembro de la sección de
                   Mecánica de la Academia, en 1776 era ya miembro de la sección
                   de Geometría, la especialidad más noble. Y, finalmente, en 1785,





        68         LA ESTABILIDAD DEL SISTEMA DEL MUNDO
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