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Sol son invariables, al menos si se desprecian las cuartas potencias
           de excentricidades e inclinaciones de las órbitas, así como los cua-
           drados de las masas perturbadoras; lo que resulta más que suficien-
           te para las necesidades actuales de la astronomía.

           Y añade en un pasaje algo más adelante ( cap. XVI):

           La extrema dificultad de los problemas relativos al sistema del mun-
           do obliga a recurrir a aproximaciones que siempre dejan el temor de
           que las cantidades despreciadas tengan influencia sensible en los
           resultados.

           Efectivamente, en 1856, el matemático francés Urbain Le Ve-
       rrier (1811-1877),  célebre por el descubrimiento de Neptuno, re-
       pasó los  cálculos de  Laplace  y mostró  que  los  efectos  de los
       términos de orden superior despreciados podían llegar a ser sig-
       nificativos y, por tanto, que sus soluciones aproximadas no podían
       emplearse para demostrar la estabilidad del sistema solar más allá
       de cierto umbral de tiempo, para una duración de tiempo definida.
           Seria a caballo entre el siglo XIX y xx cuando la serie de proble-
       mas reabiertos en la mecánica celeste precisara de un hombre de
       talento que arrojara nueva luz sobre ellos: Poincaré. Este matemá-
       tico francés, a menudo considerado el último universalista (hizo
       aportaciones en todos los campos de la matemática), mostraria
       que los resultados de Laplace eran válidos si se aproximaba in-
       cluso hasta el segundo orden en la masa de los planetas, pero no
       ya si se hacía hasta el tercer orden. Esos términos tan pequeños
       que  Laplace despreció  en sus cálculos podían crecer sensible-
       mente hasta desestabilizar la órbita del planeta. Puede ocurrir que
       los datos prácticos que el astrónomo proporciona al matemático
       equivalgan, para este, a una infinidad de datos teóricos muy próxi-
       mos unos a otros, pero sin embargo distintos. Y que,  entre esos
       datos haya algunos que mantengan eternamente a todos los astros
       a una distancia finita, mientras que otros lancen hacia la inmensi-
       dad a alguno de esos cuerpos celestes. Pequeñas perturbaciones
       en las condiciones iniciales de los planetas pueden engendrar gran-
       des variaciones en los estados finales. De modo que cualquier pe-






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