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Sus irregularidades seculares son periódicas y quedan contenidas
en estrechos límites, de suerte que el sistema planetalio no hace sino
oscilar alrededor de un estado medio del que no se aparta nunca
salvo en una pequeña cantidad.
Las órbitas de los planetas serían siempre prácticamente cir-
culares, sin grandes cambios en su excentricidad. Y el plano en
que se mueven nunca oscilaría excediendo de tres grados. Ni Sa-
turno acabaría perdiéndose por el espacio infinito, ni Júpiter cae-
ría sobre el Sol o la Luna sobre la Tierra. La aceleración de Júpiter
y la ralentización de Saturno estaban ocasionadas por pequeños
efectos, de segundo orden, debidos a la posición relativa de ambos
planetas respecto al Sol. Y, análogamente, la aceleración del mo-
vimiento medio de la Luna estaba causada por pequeños cambios
en la excentricidad de la Tierra. Estas perturbaciones solo depen-
dían de la ley de gravitación y tendían a compensarse en el trans-
curso del tiempo. Seguían ciclos periódicos, pero extremadamente
largos. El sistema del mundo formaba así una especie de máquina
perfectamente engrasada.
La conclusión de La.place no era otra que la afirmación de la
estabilidad del universo sin necesidad de recurrir a la providencia
divina ( corno Newton había hecho). Casi cien años después pare-
cía que el optimista Leibniz había triunfado sobre el agorero
Newton. Dios no era ya una hipótesis necesaria para el buen
orden planetario. Ningún cataclismo mecánico amenazaba el equi-
librio del sistema. La.place había demostrado que se trataba de un
mecanismo totalmente aut01Tegulado que no precisaba de la inter-
vención de ningún relojero supremo. El universo estaba predeter-
minado a ser estable por los siglos de los siglos.
Transcurridos más de doscientos años, los confortables y tran-
quilizadores pronósticos que hiciera La.place necesitan de más de
una revisión. Su respuesta dista años luz de ser exacta. Creyó de-
mostrar la estabilidad del sistema solar no solo a corto plazo, sino
también a largo plazo e, incluso, sin plazo alguno, hasta la noche
de los tiempos. Pero los trabajos en mecánica celeste que hiciera
el matemático francés Jules Henri Poincaré (1854-1912) a finales
del siglo XIX y, en especial, los nuevos descubrimientos que ha arro-
LA ESTABILIDAD DEL SISTEMA DEL MUNDO 59