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Resumiendo, Laplace había llegado a demostrar que las órbi-
       tas de los planetas y de sus satélites cambiaban gradualmente,
       pero siempre dentro de ciertos límites. Las variaciones en las ex-
       centricidades e inclinaciones de sus órbitas permanecían siempre
       pequeñas y acotadas. Los efectos de las perturbaciones eran pe-
       riódicos, no seculares ni destructivos. Las anomalías observadas
       en el movimiento del sistema solar en cortos períodos de tiempo
       desaparecían por completo al considerar períodos largos. Y todo
       ello gracias al análisis y a la ley de gravitación universal. Newton
       podía descansar tranquilo. Había vencido.





       LA  DEMOSTRACIÓN DE  LA ESTABILIDAD
       DEL SISTEMA SOLAR


       Simultáneamente apareció una cuestión muy relacionada con la
       del problema de los tres cuerpos y las anomalías orbitales: la cues-
       tión de la estabilidad del sistema solar ( compuesto, en la época,
       de solo ocho cuerpos, el Sol y los siete planetas conocidos, sin
       contar sus satélites), cuya solución dependía en realidad de la
       resolución de dicho problema. El problema de los n cuerpos se
       reduce, en el campo astronómico, a preguntarse cuál será el as-
       pecto del cielo dentro de un año, dentro de un siglo o dentro de
       un billón de años. Como vimos, Newton sabía que para dos cuer-
       pos el problema era resoluble con exactitud para todo tiempo,
       pero que no ocurría así cuando un tercer cuerpo entraba en inte-
       racción. Aunque débiles en comparación con la fuerza de atrac-
       ción del Sol, las fuerzas entre los planetas no eran ni mucho menos
       despreciables, por cuanto a la larga podían desviar algún planeta
       de su órbita e incluso, en el límite, expulsarlo fuera del sistema
       solar. Las fuerzas interplanetarias podían estropear las bellas elip-
       ses keplerianas, sin que fuera posible predecir el comportamiento
       del sistema en un futuro lejano.  De hecho, en su obra De motu
       corporum in gyrum (Sobre el movimiento de los cuerpos en ór-
       bita, 1684), Newton afirmaba que los planetas no se mueven exac-
       tamente en elipses ni recorren dos veces la misma órbita. Además,






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