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reconocía que definir estos movimientos para todo futuro excedía
con mucho la capacidad del intelecto humano.
Por consiguiente, seguía en pie esta acuciante pregunta: ¿es
el sistema solar estable o inestable? ¿Permanecerá cada astro den-
tro de su órbita o se desviará en el futuro? ¿Acaso las anomalías
que ya se observan en el movimiento de Júpiter y Saturno, así
como en el de la Luna, representan el p1incipio del fin? Para
Newton, si el sistema solar se iba desajustando, se necesitaba una
solución drástica: era la mano de Dios la que reconducía a cada
planeta dentro de su elipse, restableciendo la armonía cada cierto
tiempo. Frente a Newton, Leibniz sostenía que el Creador no
podía ser un fab1icante tan torpe. Para el alemán era un escándalo
que el inglés hiciera intervenir a Dios en el sistema solar para ga-
rantizar la estabilidad. El Ser Perfecto no podía haber creado una
máquina del mundo que tuviera que ser retocada y corregida cada
cierto tiempo, como el relojero que diera cuerda a su reloj.
Las últimas décadas del siglo XVIII no fueron ajenas a esta dis-
cusión y estuvieron dominadas por un miedo relacionado con la
estabilidad del universo, especialmente a raíz de la posibilidad de
colisión de un cometa contra la Tierra. Como consecuencia de las
famosas perturbaciones gravitatorias, podía ser que un cometa, en
su paso cerca de la Tierra, fuese capturado por esta, ocasionando
un choque de consecuencias dramáticas para la vida humana.
(Hoy sabemos, por ejemplo, que la influencia gravitacional de Jú-
piter ha causado que el período de la órbita del cometa Halle-Bopp
disminuya de 4200 a 2800 años tras su último paso, en 1997.)
¿Podía la teoría gravitacional de Newton dar razón de la apa-
rente estabilidad del sistema solar y, de paso, ponerla fuera de
toda duda para los próximos eones? Para Laplace, las leyes del
científico inglés podían predecir las trayectorias de todos los tipos
de cuerpos celestes: planetas, satélites y cometas. Y además de-
mostraban que el sistema del mundo era estable. El universo es-
taba totalmente determinado.
Entre 1785 y 1 788, Laplace mostró que ni las excentricidades
ni las inclinaciones de las órbitas de los planetas estaban someti-
das a variaciones seculares, garantizando -en un cierto orden de
aproxin1ación- la estabilidad del sistema:
58 LA ESTABILIDAD DEL SISTEMA DEL MUNDO