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mica. Además, la valía científica de Heisenberg les hacía pensar
que el proyecto alemán estaba muy avanzado. Esta es una ironía
de la historia: tanto los alemanes como los aliados estaban con-
vencidos de que Alemania estaba más avanzada que los aliados.
Estos incluso hicieron planes para raptar a Heisenberg o asesi-
narlo, con el fin de frenar el avance alemán.
Tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón, la
reacción general de los participantes en el Proyecto Manhattan
fue de satisfacción, tanto por el éxito de sus trabajos como por el
fin de la guerra. Al parecer, cuando Alemania capituló, en mayo de
1945, pocos recordaron las causas que motivaron su participación
en el proyecto. Una digna excepción a este olvido fue la de Joseph
Rotblat, quien a finales de 1944, cuando ya era evidente que la
guerra contra Alemania estaba ganada, decidió abandonar Los
Álamos. Esta actitud fue considerada sospechosa por los milita-
res, y Rotblatt tuvo algunas dificultades para reincorporarse a su
puesto en la Universidad de Liverpool. Rotblat fue uno de los ani-
madores del movimiento Pugwash, que implicó a científicos de
todos los países en el control y la limitación de armas nucleares,
y recibió en 1995 el premio Nobel de la Paz. Otra excepción fueron
siete científicos de Chicago que trabajaban para el Proyecto Man~
hattan, entre los que se encontraban Franck James y Leo Szilard.
Un mes antes del primer ensayo nuclear escribieron un informe
en el que recordaban el motivo principal por el que todos los cien-
tíficos trabajaban en el proyecto. Como Alemania ya se había ren-
dido, proponían que antes de lanzar una bomba atómica sobre
algún país, se llevara a cabo una explosión atómica en un lugar
desierto, ante representantes de diversos países. Sin duda, estos
científicos no eran conscientes de que la Guerra Fría ya había em-
pezado y que el armamento nuclear tenía objetivos que iban más
allá de acabar la guerra en el Pacífico.
154 LA FISIÓN NUCLEAR Y LA GUERRA