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mento. Durante milenios, la humanidad se había creído gobernada
                    por reglas caprichosas e inescrutables. La voluntad humana podía
                    poco contra el capricho de los dioses y los portentos sobrenatura-
                    les. Sin embargo, los avances científicos del siglo XVIII situaron al
                    hombre de nuevo en el centro del universo y dueño de su destino.
                    Los efectos de la naturaleza que observaban sus sentidos tenían
                    una causa que se podía estudiar y además podríamos predecir el
                    futuro y controlarlo. Lo desconocido e imprevisible terminaría por
                    ser dominado por la técnica humana cuando los avances científi-
                    cos lo hicieran posible. Esa era la idea que recorría Europa a prin-
                    cipios del siglo XIX,  donde cada vez que se verificaba un avance
                    científico se estaba seguro de que nos acercábamos al momento
                    en que el hombre podría comprender, controlar y predecir la na-
                    turaleza en su totalidad. En la actualidad sabemos que, si bien los
                    avances científicos nos permiten entender mejor el mundo que
                    nos rodea, existirá siempre un componente aleatorio e imprede-
                    cible que nos impedirá alcanzar tan elevado objetivo.
                        El entusiasmo se convirtió en decepción pocas semanas des-
                    pués, cuando el planeta desapareció de la vista. Durante 42 días,
                    hasta la noche del 11  de febrero,  Piazzi había realizado el segui-
                    miento del nuevo objeto en su viaje por el espacio. Pero una gripe
                    lo mantuvo alejado del telescopio las noches siguientes, y cuando
                    se reincorporó a la observación el astro había dejado de ser visible
                    durante la noche. Sencillamente había desaparecido ocultado por
                    el Sol. El corto período de observaciones no le permitió fijar la ór-
                    bita de Ceres y predecir dónde volvería a aparecer en el cielo noc-
                    turno. Sus datos abarcaban solo un arco de 9 grados de la órbita.
                        Los astrónomos del siglo XIX no disponían de suficientes ins-
                    trumentos matemáticos para calcular su órbita completa a partir .
                    de la breve trayectoria que habían seguido durante las primeras
                    semanas del siglo. Las observaciones de Ceres habían sido objeto
                    de intercambio epistolar entre Piazzi, Bode y Lalande, que eran de
                    los más afamados astrónomos de la época, lo que dio a la cuestión
                    de la órbita de Ceres un carácter general. Von Zach convocó en
                    Lilienthal una reunión con otros cinco astrónomos (Schroeder,
                    Harding, Olbers, Von Ede y Gildemeister), para tratar el tema de
                    la determinación de la órbita del nuevo objeto celeste.






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