Page 152 - Edición final para libro digital
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David Kachka intervino entonces en el diálogo que mantenía la
              pareja.
                   —Ariel. Sé que no tengo derecho a tomar partido. Eres un hom-
              bre adulto y, sin duda, estás realmente enamorado. Pero considero
              mi obligación como padre aconsejarte. No deberías dejarte llevar
              sólo por los sentimientos. Incluso renunciando a ese ascenso segui-
              rían controlando tu vida. Nada les convencerá de la inocencia de
              Fatma, y mientras continuaseis juntos no dejarían de teneros vigila-
              dos. Ella es palestina, y esa es razón suficiente para hacerla sospecho-
              sa. Más aun sabiendo que sus hermanos son miembros de Hamás.
                 —¿Y qué puedo hacer entonces? —preguntó Ariel—. Estoy
              comprometido con el ejército hasta dentro de diez años al menos. Si
              desertase sería mi fin.
                 —No intento decirte eso. Mi consejo es que aceptes ese ascenso.
              Fatma puede venirse a vivir con nosotros a Acre, de momento, y
              cuando tú puedas elegir destino os estableceríais definitivamente.
              Mientras tanto podréis seguir viéndoos. Israel es pequeño y aunque
              te destinasen ahora a cualquier otro sitio, en una o dos horas podrías
              acercarte para estar con ella cuando tuvieses libre. Se me ocurre que
              es lo mejor hasta que las cosas se aclaren.
                 Ariel no respondió de inmediato. Durante un buen rato perma-
              neció en silencio, dominando su rabia y pensando en lo que su pa-
              dre le decía. Mientras, el señor Maher, David y Fatma, no dejaban
              de mirarle, esperando impacientes su reacción. Al cabo de un largo
              y tenso intervalo, el joven suspiró profundamente, como si su resig-
              nación se manifestase en aquella sonora exhalación.
                 —Está bien. Creo que tienes razón. Quizás sea lo mejor mante-
              nernos un tiempo separados hasta que todo esto se solucione.
                 —Pero no es necesario que me vaya a vivir a Acre. Estoy muy a
              gusto con los señores Maher y ellos me necesitan —protestó Fatma.
                 El señor Maher y el viejo Kachka miraron para Ariel al escuchar
              la queja de Fatma. Ni uno ni otro querían influir en la decisión de
              los jóvenes.
                 Si bien el viejo Abdud deseaba que Fatma continuase con ellos
              en Tel Avid, no podía obviar que sería mucho más positivo para la
              becaria irse a vivir a Acre con los padres de Ariel. Tal como estaban

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