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CAPÍTULO 18.











                     ra casi de noche cuando David Kachka llegó con Fatma a su
                     residencia de Acre. Rebeca Linsky, su esposa, ya estaba a punto
                Ede marcar el número de su marido, cuando escuchó golpear las
                 puertas del coche en el exterior. Colgó inmediatamente el auricular
                 y salió a recibir a su esposo, dispuesta a castigarle con los habituales
                 cinco minutos de reproche por su tardanza antes de besarlo cariño-
                 samente. Pero los planes de la señora de Kachka se vieron de repente
                 desmontados cuando vio acercarse, detrás de su cónyuge, a una her-
                 mosa joven de cabello azabache y grandes ojos oscuros.
                    En un principio, por el pensamiento de Rebeca pasaron toda
                 clase de especulaciones. No podía imaginarse el cúmulo de casua-
                 lidades acaecidas ese día en el viaje de David a Jerusalén, y el verlo
                 aparecer, mucho más tarde de lo que le prometiera, acompañado
                 por tan bella mujer, despertó en la madura enamorada cierto recelo.
                 Pero este se vio inmediatamente sublimado en cuanto notó la enor-
                 me tristeza que reflejaba el rostro de Fatma.
                    Antes de que pudiese preguntar nada, el padre de Ariel se adelan-
                 tó a las dudas de su dama.
                    —Esta es Fatma, la novia de Ariel —le dijo Kachka, incluso an-
                 tes de saludarla.
                    Instintivamente, la madre del joven capitán se acercó a la mucha-
                 cha. Ni siquiera se detuvo a recibir a su marido, quien se vio inespe-


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