Page 158 - Edición final para libro digital
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radamente ignorado, viendo como su mujer de dirigía directamente
              a Fatma mientras él permanecía parado, en espera del beso que no
              llegó, y con una maleta en cada mano. Le sorprendió al abogado
              comprobar la facilidad con que una amante esposa puede conver-
              tirse de repente en una compasiva suegra sin pasar siquiera por el
              trámite de las presentaciones.
                 —¿Cómo estás Fatma? —le preguntó la madre de Ariel a la joven
              mientras la besaba en la mejilla—. Ariel nos ha hablado de ti. Muy
              bien, por cierto. Es un placer conocer a la chica que ha conseguido
              cautivar el corazón de mi hijo.
                 A pesar de la dulzura con que la madre de su prometido se di-
              rigía hacia ella; Fatma notó en Rebeca una extraña mirada. Quizás
              su, siempre presente, desconfianza en lo referente a los hebreos le
              hiciese imaginarse inexistente fingimiento. Pero había algo que a la
              palestina no terminaba de convencerle en la madre del su amado te-
              niente. Algo que, a pesar de tan cariñoso recibimiento, se le antojaba
              suficiente motivo para no bajar la guardia.
                 El viejo Kachka permanecía a unos metros de las dos mujeres;
              aún sorprendido por el inesperado pase de Rebeca a su relegada pre-
              sencia, en favor de una futura hija que acababa de conocer. Rebeca
              tomó entonces a Fatma por el hombro y la condujo al interior de
              la vivienda, pasando nuevamente al lado de su esposo, pero esta vez
              sin ignorarle. Se acercó a él y le susurró sin que Fatma pudiese oírles:
                 —Lleva las maletas de la chica al cuarto de Ariel. Ya hablaremos
              sobre todo esto luego.
                 El veterano abogado no supo qué decir. Mientras la madre y la
              novia de su hijo avanzaban hacia el interior de la casa, él aún inten-
              taba sobreponerse a la sorpresa. Durante unos segundos permaneció
              allí inmóvil, sujetando las maletas con un extraño gesto de incredu-
              lidad, antes de obedecer la amenazante orden de su señora.
                 Una vez en el interior de la vivienda, y mientras David Kachka
              no regresaba aún del cuarto de su hijo, Rebeca tomó la iniciativa y
              preguntó a Fatma:
                 —¿Qué ha sucedido?
                 La joven se vio incapaz de responder. A su conocida timidez se
              sumaba entonces el respeto que le imponía la madre de su prome-

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