Page 154 - Edición final para libro digital
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al oído al tiempo que la separaba suavemente para concluir aquel
duro «hasta pronto» al que se veían obligados.
Kachka se dirigió entonces al interior, donde se encontraban las
instalaciones principales de la academia, en tanto ella permanecía de
pie viéndolo alejarse por el jardín. No fue hasta que el joven llegó
a la entrada del edificio, donde se giró para lanzar un beso con su
mano a la palestina, que esta, después de recibir el gesto con una
sonrisa y replicar al mismo de igual manera, se encaminó hacia los
dos hombres mayores para dirigirse juntos hasta el coche de David
Kachka, en el cual regresarían juntos a Tel Avid.
El viaje de vuelta no resultó excesivamente pesado. El padre de
Ariel y Abdud Maher no pararon de hablar en todo el trayecto. Am-
bos habían hecho muy buenas migas y su conversación fue una su-
cesión de anécdotas personales. Incluso el tiempo resultó escaso para
dar fin a aquella competición de narraciones vivenciales; razón por
la cual se comprometieron a iniciar una relación de amistad para
poder continuar con sus correspondientes leyendas. De aquel modo,
no sólo tendrían ambos hombres la ocasión de estrechar lazos, sino
que los Maher tendrían mucho más fácil permanecer en contacto
con Fatma, a la cual, sin duda, habrían de echar mucho de menos.
Principalmente Saida Maher.
Sin embargo, Fatma casi no hizo comentario alguno en todo el
viaje. Su pensamiento estaba en otra parte. Permaneció en silencio
sentada en el asiento trasero del Mercedes, mientras los dos hombres
mantenían su ameno coloquio, le daba mil vueltas a la situación en
la que se encontraba. Nada le había querido decir a Ariel sobre su
embarazo. No deseaba darle al muchacho otro motivo de preocu-
pación. Sabía la enorme presión que supondría para el oficial cono-
cer su estado, y no era el momento de comunicarle tal importante
noticia. Además, Tampoco podía imaginarse cuál sería su reacción
en aquellas circunstancias. Había decidido que su embarazo fuese,
momentáneamente, un secreto entre Saida y ella. Ni siquiera Abdud
o David deberían conocer la sazón.
El sol lucía aún con fuerza cuando llegaron a Tel Avid. Se dirigie-
ron directamente a la casa de los Maher. Tanto Abdud como Fatma
estaban seguros que no había de gustar a la señora Maher el hecho
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