Page 150 - Edición final para libro digital
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sionaba en la mujer y ambos optaron por separarse y mostrar un
              comportamiento más recatado ante los dos veteranos acompañan-
              tes. También ante el guardia, quien no había conseguido cerrar la
              boca desde que comenzara aquella acalorada fusión amorosa.
                 Ariel, tomando a Fatma por la mano, se acercó entonces a su
              padre.
                 —Papá, qué sorpresa. ¿Cómo os habéis conocido, y que hacéis
              aquí los tres?
                 —Una agradable casualidad hijo mío. Ya te contaré. Ahora va-
              mos a comer y a hablar sobre tu inesperada desaparición de Tel Avid.
                 —Yo ya he comido, pero os acompaño. Estoy deseando contaros
              lo ocurrido.
                 Ariel justificó ante el guardia su salida y los cuatro abandonaron
              el lugar rumbo a una cercana casa de comidas ubicado en el corazón
              del popular barrio de AlShayck, en la ladera del histórico monte.
                 Fatma, siempre unida a su amado oficial, y los dos hombres ma-
              yores, quienes caminaban unos pasos por delante, marcharon por
              una de las pendientes y estrechas calles del lugar hasta el pequeño
              establecimiento. Un humilde pero acogedor local, regentado por un
              anciano matrimonio palestino, que mantenía todavía el atractivo
              histórico de las antiguas construcciones extramuros que rodeaban la
              ciudad fortificada. La zona era tranquila y ligeramente apartada del
              bullicioso tráfico. El establecimiento formaba parte de uno de los
              barrios populares cimentados a la sombra de los templos y palacios
              que dieran esplendor a la capital de Judea. Un sitio apacible, ideal
              para que pudiesen hablar con tranquilidad mientras saboreaban un
              exquisito shawarma, especialidad de la casa, acompañado por el in-
              sustituible pan de pita y un buen vino, solicitado por el mayor de los
              Kachka.  Fatma y Abdud, musulmanes convencidos, acompañaron
              su ingesta con agua mineral.
                 —¿Seguro que no deseas comer algo con nosotros? —le pregun-
              tó David a su hijo.
                 —Seguro. He comido ya en el cuartel. No sabía que vendríais.
              Pero te echaré una mano con el vino. —le respondió Ariel.
                 La comida transcurrió sin que se tocase el tema principal. La
              conversación durante el almuerzo giró en torno al encuentro de Fat-

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