Page 145 - Edición final para libro digital
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—Perdone… —dijo David Kachka, que no escuchara muy bien
                 al centinela debido a la extrema atención que prestaba a las explica-
                 ciones de Abdud.
                    —Que el teniente Kachka no estará disponible hasta dentro de
                 media hora —repitió el soldado de mala gana.
                    —Está bien —le dijo Kachka — Pero quizás llevase mejor su
                 servicio si se comportase con un poco más de cordialidad.
                    —El centinela no dijo nada, se limitó a exhibir un gesto de indi-
                 ferencia y, dando media vuelta de malos modos, se introdujo en la
                 garita sin prestar más atención a los visitantes.
                    —Bueno —dijo entonces Kachka—, tendremos que esperar me-
                 dia hora, y no me parece este el mejor lugar para hacerlo, ese antipá-
                 tico militar no es precisamente algo que me agrade tener cerca tanto
                 tiempo. Podríamos ir a tomar algo, y mientras tanto hablar sobre
                 todo cuanto está ocurriendo.
                    —Es una buena idea —dijo Abdud.
                    —¿A ti qué te parece? —le preguntó David a Fatma.
                    Esta levantó los hombros en un gesto de indiferencia y dijo:
                    —Está bien, como ustedes deseen.
                    Los tres fueron hasta una cafetería que se encontraba a unos cien-
                 tos de metros de la academia y se sentaron en una mesa del fondo.
                 Apartados del bullicio que tenía lugar junto a la barra, donde un
                 grupo de soldados estaban tomando unas cervezas y hablando en
                 tono nada discreto.
                    Después de haber hecho su comanda, retomaron la conversación
                 que anteriormente interrumpiera el desagradable centinela.
                    —¿Entonces nada han sabido sobre Ariel desde antes de ayer? —
                 preguntó David Kachka. Esta vez directamente a Fatma.
                    —No, nada —respondió la joven—. No he podido hablar con él
                 y tampoco me ha llamado.
                    —Pues ya sabemos que está bien, nada le ha ocurrido. Seguro
                 que habrá tenido alguna buena razón para no contactar contigo.
                    Fatma casi lloraba mientras hablaba con el viejo Kachka. Daba
                 gracias a Dios porque a Ariel no le hubiese ocurrido nada, pero co-
                 menzaba a obsesionarle la idea de que ya no quisiese seguir con ella.



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