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que este se la presentase. Sin embargo, el destino había querido que
              aquella circunstancia se pudiese haber dado sin necesidad de que
              Ariel tomase tal decisión. Al viejo Kachka le agradó conocer a Fat-
              ma. Era realmente hermosa, tal como su hijo le dijera, y parecía una
              mujer humilde e inteligente. Pero el hecho de haberla encontrado en
              aquel lugar, buscando también por Ariel, le preocupaba. Inmedia-
              tamente se supuso que algo ocurría, y, muy probablemente, tendría
              relación con lo que el joven oficial le había contado.
                 Según lo que él sabía sobre el tema, Fatma debería ser quien
              estuviese en la recepción del departamento dirigido por Machta,
              y Ariel no debería encontrarse en Jerusalén sino en Tel Avid, en
              aquella misma oficina. Su sagacidad hizo que comenzase a atar
              cabos inmediatamente, y dedujo, sin muchas fluctuaciones, que
              todo aquello formaba parte del plan urdido por los superiores de
              Ariel para separarle de la bella Fatma.
                 —¿Eres tú entonces la novia de mi hijo? —le preguntó el aboga-
              do a la becaria.
                 Fatma se ruborizó por enésima vez y bajó la mirada. No conse-
              guía superar aquella vergüenza asociada a su recato cultural, a pesar
              de los muchos años alejada de su Jibaliya natal.
                 —Así es —se anticipó el viejo Maher en la respuesta al ver la
              inextricable actitud de Fatma. Presentándose y ofreciendo su mano
              al padre de Ariel—. Me llamo Abdud Maher, y Fatma es como una
              hija para nosotros.
                 —Es un placer, señor Maher —respondió Kachka, estrechando a
              su vez la mano del anciano.
                 En pocas palabras, Abdud le explicó al padre de Ariel la situación.
              Todo cuanto había ocurrido desde que los jóvenes se conocieran. El
              viejo abogado escuchó atentamente a Maher. Mientras, Fatma per-
              manecía en silencio sin apenas levantar la vista, ante el reparo que le
              ocasionaba la presencia de su posible futuro suegro.
                 —El teniente Kachka no puede recibirles hasta dentro de media
              hora.
                 Era el guardia, que acababa de colgar el teléfono interior, quien
              interrumpía su conversación de modo no muy educado.



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