Page 139 - Edición final para libro digital
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El veterano abogado creyó en la versión de los jóvenes, y en base a
                 ella prepararía su defensa.
                    No tenía razones el padre de Ariel para desconfiar de lo mani-
                 festado por los Hasbúm, ya que nada sabía aún de lo que Fatma le
                 contara a su hijo, así que, cumpliendo con lo que le prometiera a
                 Ariel, el viejo letrado se dispuso a elaborar una táctica de defensa.
                 Habiendo tomado nota de todo cuanto le dijeran Sabil y Nabir,
                 abandonó la prisión, confiando en que no habría de ser difícil lograr
                 una pena leve para sus defendidos.
                    David Kachka no fue directamente a su casa en Acre al abando-
                 nar Damun, sino que se dirigió a Tel Avid. Era poco más de media
                 mañana, y ya le había avisado a su esposa que visitaría a Ariel des-
                 pués de hablar con los Hasbúm. El viejo Kachka tenía planeado
                 comer con su hijo ese día, y de paso conocer a la hermosa Fatma, la
                 mujer que se había hecho con el corazón de su vástago. Poco antes
                 del mediodía, detenía su coche frente al edificio de apartamentos
                 en el que vivía Ariel. Al no encontrar aparcamiento en las cercanías
                 decidió llamarle al móvil para que le indicase donde podían quedar
                 para comer, pero no consiguió hablar con él, razón por la cual tomó
                 la decisión de acercarse a la oficina donde trabajaba el joven.
                    —Buenos días —saludo David Kachka al soldado que se encon-
                 traba en la mesa del recibidor.
                    —Buenos días. ¿Qué desea? —le respondió el joven militar.
                    —Quisiera ver al teniente Ariel Kachka. Soy su padre.
                    —Aquí no hay ningún teniente Kachka —le respondió el solda-
                 do que, evidentemente, no había sido aún informado de nada.
                    —Perdone —insistió el letrado—, pero mi hijo trabaja aquí. Al
                 menos así ha sido hasta el pasado viernes. Yo mismo he estado con
                 él en esta oficina en más de una ocasión.
                    —Lo siento, pero yo he comenzado hoy mismo y nadie me ha
                 dicho nada. Espere un momento, le preguntaré al comandante Ma-
                 chta.
                    El soldado llamó a su superior mediante el interfono.
                    —Mi comandante, aquí hay un señor que dice querer hablar con
                 un tal teniente Kachka, dice ser su padre.



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