Page 142 - Edición final para libro digital
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zón. Eran dos las cosas que la turbaban, y mejor sería despejar ambas
              dudas de una sola vez.
                 El viejo Maher y Fatma decidieron recorrer la ciudad caminando.
              Tendrían tiempo suficiente para llegar al cuartel antes del mediodía
              y aprovecharían el paseo para disfrutar de los muchos atractivos que
              ofrecía la milenaria metrópoli. Poco antes de las doce se detuvieron
              en una pequeña cafetería a tomar algo. Desde allí irían hasta el cuar-
              tel, que se encontraba a tan sólo diez minutos del lugar.
                 Mientras tanto, por la autopista que une Tel Avid con la ciudad
              sagrada, el patriarca de los Kachka conducía su Mercedes gris hacia
              el oeste. Tan sólo le faltaban unos veinte kilómetros para llegar a
              Jerusalén y calculaba que podría estar con su hijo antes de la una.


                 —Buenos días —saludó el viejo Maher al centinela de la entrada.
                 —Buenos días —le respondió el soldado con educación, pero
              con cierto desdén—. ¿Qué desean?
                 —Venimos a visitar al teniente Kachka, nos han dicho que se
              encuentra en estas dependencias.
                 —No puedo informarle al respecto, no conozco al teniente Ka-
              chka. De todos modos, tampoco puedo permitirles acceder al inte-
              rior si no disponen de un pase.
                 —Pero sólo queremos hablar con él, no es necesario que nos
              permita pasar. Si pudiese mandarlo a llamar. Dígale que somos la
              señorita Fatma Hasbúm y el señor Abdud Maher.
                 —¿Son ustedes sus familiares? —les preguntó el centinela, que
              no parecía muy dispuesto a satisfacer los deseos de los visitantes.
                 —Eh…, no. En realidad, no somos familiares. Pero la señorita es
              su prometida —le dijo Abdud.
                 Fatma se sonrojó ante la respuesta del viejo. No podía evitar sen-
              tir cierta turbación cuando alguien comentaba su relación con el
              teniente. Pero no dijo nada, dejó que fuese el señor Maher quien
              manejase la situación. El hecho de tener ante ellos a un soldado
              judío armado, ejercía en ella una extraña sensación de temor. Siem-
              pre le ocurría lo mismo, desde muy pequeña, y a pesar de haberse
              encontrado en similares situaciones muchas veces, incluso con el
              propio Ariel cuando lo conociera por primera vez. Era una sensa-

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