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Ambos palestinos se sentaron frente al letrado. No conocían de
                 nada a Kachka y estaban totalmente desconcertados por su visita.
                 Los dos reos se quedaron mirando al visitante esperando una expli-
                 cación. Entonces Kachka se presentó y les comunicó que se haría
                 cargo de su defensa.
                    —¿Y eso por qué? —preguntó Nabir—. ¿Quién le envía?
                    —No creo que eso tenga demasiada importancia en vuestra si-
                 tuación —le respondió Kachka—. Que yo sepa no tenéis aún quien
                 os defienda, y por lo que sé, os iba a ser destinado un abogado de ofi-
                 cio, lo cual, siendo palestinos y desconocidos, no creo que os ofrezca
                 muchas garantías.
                    Los dos hermanos se miraron mutuamente. No comprendían
                 porqué razón David Kachka estaba allí, ofreciéndole sus servicios,
                 pero sabían que tenía razón en lo que les acababa de decir, así que
                 optaron por colaborar con el veterano letrado.
                    —Bien. Usted dirá qué quiere que hagamos.
                    —Por el momento sólo quiero que me contéis todo lo sucedido,
                 desde que salisteis de Gaza hasta que os prendieron cuando preten-
                 díais volver a entrar por los túneles.
                    Ambos hermanos se miraron entre sí. No habían coordinado aún
                 sus confesiones, y esa falta de coordinación ya les había resultado
                 nefasta cuando les interrogaran la primera vez. Ante la indecisión de
                 los acusados, Kachka tomó nuevamente la palabra.
                    —No estoy aquí para que os defendías de mis preguntas sino
                 para que me contéis la verdad de lo ocurrido. Yo no soy la policía ni
                 el fiscal, necesito conocer la realidad para poder preparar la estrate-
                 gia de defensa.
                    —La verdad es lo que le hemos contado a la policía en Ascalón.
                    —Bien, pues decidme a mí lo que le habéis dicho a la policía —
                 les pidió Kachka.
                    —¿Acaso no tiene ya nuestra declaración? —preguntó reacio Sa-
                 bil, el mayor de los dos hermanos.
                    —Os diré algo muchachos —dijo el abogado molesto—. Estoy
                 aquí para intentar ayudaros, pero difícil me lo ponéis si continuáis
                 con este comportamiento. Vuestra soberbia y desconfianza no me
                 van a facilitar en nada mi trabajo. Si continuáis con esa actitud pue-

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