Page 132 - Edición final para libro digital
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ma conocía muy bien a ambos y sabía de su estado de salud, siempre
              había aceptado de buen grado los alardes juveniles de su casera. Para
              ella era un placer ver feliz a la anciana.
                 A primera hora de la mañana, antes incluso de que lo hiciese Sai-
              da, Fatma ya se había levantado y estaba lista para salir lo antes po-
              sible. Casi no había dormido, y la mayor parte de la noche la había
              pasado llorando. Por su cabeza no cesaran de desfilar todo tipo de
              descabelladas razones que pudiesen justificar aquella incomprensible
              incomunicación con Ariel. A pesar de haber intentado ser positiva,
              tan sólo la invadían pensamientos fatalistas. La posibilidad de que a
              su amado le pudiese haber ocurrido alguna desgracia era una de las
              más dolorosas hipótesis. Pero no menos hería su corazón el pensar
              que quizás aquello fuese un modo cruel de afrontar una ruptura;
              priorizando el oficial hebreo su futuro profesional ante el enorme
              amor que los unía.

                 —Buenos días. ¿Qué haces preparada tan temprano?, aún no son
              las siete —le dijo Saida al verla ya lista para salir.
                 —No podía dormir y quiero llegar a tiempo para tomar el tren.
                 —Pero si no sale hasta las ocho; y de aquí a la estación son menos
              de diez minutos.
                 —Bueno, es igual. Mejor salir con tiempo suficiente que andar
              luego a las carreras —dijo Fatma sin poder disimular su impacien-
              cia—. ¿Se ha levantado ya el señor Maher?
                 —Se iba a levantar. Quedaba despierto. No te preocupes, llega-
              reis con tiempo más que suficiente para tomar el tren —le respondió
              la anciana.
                 —Ya tengo listo el desayuno —dijo Fatma— He preparado unas
              tostadas y café.
                 La señora Maher le agradeció su disposición y ambas se sentaron
              a la mesa.  Charlaron un rato mientras aguardaban la llegaba Abdud.
                 El viejo Maher no tardó en entrar elegantemente vestido. Saludó
              a las dos mujeres y se dispuso a tomar el desayuno sin hacer comen-
              tario alguno sobre lo que conociera la noche anterior. El hombre
              no quería incomodar a la joven. Aun sin haber dicho él nada, ya
              Fatma se había ruborizado nada más verlo aparecer dándole los bue-

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