Page 130 - Edición final para libro digital
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Abdud no quiso continuar con el tema. Comprendía la situación
de Saida y le apenaba enormemente ver sufrir a Fatma, pero si algo
no necesitaba la joven en aquel momento era conocer que Saida había
traicionado su confianza contándole todo aquello a su marido. El vie-
jo Maher depositó en el buen hacer de su esposa todas sus esperanzas
para ayudar a la muchacha a superar aquello, deseando que, de alguna
forma, la convenciese para que aceptase su compañía al día siguiente.
A pesar de su avanzada edad, el viejo Abdud era un hombre sano
y se desenvolvía con considerable destreza. Además, conocía muy
bien Jerusalén, y debido al tiempo que llevaba viviendo en Tel Avid
hablaba perfectamente el hebreo, -incluso mejor que Fatma- lo cual
le proporcionaría cierta seguridad a la hora de acercarse a los cuarte-
les del ejército judío.
Saida se comprometió a hablar con Fatma para que aceptase ir
con Abdud a Jerusalén. La anciana tampoco quería que la muchacha
fuese sola a la capital. No sabía lo que podría suceder al llegar allí y,
fuese lo que fuese, estaría mucho mejor acompañada por un ser que-
rido. Ella misma hubiese deseado ir con la becaria, pero no tenía ni
la disposición ni los conocimientos de su esposo, y en Jerusalén no
les resultaría tan fácil, a dos mujeres palestinas, afrontar la búsqueda
del joven Kachka. La compañía del señor Maher era definitivamente
la mejor opción para su tranquilidad y para la seguridad de Fatma.
Aquella misma noche Saida habló con Fatma respecto al viaje. El
viejo Maher se retiró temprano a dormir para que las dos mujeres
pudiesen quedar a solas en la sala.
—Fatma —comenzó diciendo la señora Maher—. He estado
pensando que Abdud podría ir mañana contigo a Jerusalén. Él co-
noce muy bien la ciudad y yo estaría mucho más tranquila sabién-
dote acompañada.
Fatma la miró extrañada. Nada sabía la joven de la confesión
de Saida a su marido; por lo cual, no comprendía que ocurrencia
habría podido tener para organizar el viaje con Abdud sin que este
supiese a que iba. No necesitó hacer pregunta alguna, ya que viendo
la anciana su extrañeza se apresuró a contarle todo lo hablado con
su cónyuge unas horas antes. La becaria se sonrojó al saber que el
hombre era conocedor de sus más íntimos sentimientos.
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