Page 131 - Edición final para libro digital
P. 131

—¡Pero! ¿por qué se lo ha dicho? Seguro que pensará que soy una
                 libertina reprobable. Qué vergüenza.
                    —No  digas tonterías,  muchacha.  Abdud puede ser un  idiota
                 cuando pretende hacerse el simpático metiéndose conmigo, pero
                 tiene un corazón de oro. En cuanto a tu intimidad; estate tranquila
                 que nada le he contado que pueda resultarte embarazoso. Pero, aun-
                 que lo hubiese hecho nada tendría que preocuparte. Abdud es un
                 hombre mucho más liberal de lo que tú te puedas imaginar. Recuer-
                 da que para poder casarnos huimos juntos siendo aún adolescentes.
                 Si algún hombre comprende lo que una mujer es capaz de hacer por
                 amor, ese es él.
                    —Es posible que mi aprensión no tenga sentido, pero no puedo
                 evitar sentir reparo ante el señor Abdud hablando de estas cosas —
                 dijo Fatma.
                    —No tendrás que hablar con él de cosa alguna. ¿Acaso no está al
                 corriente ya de que estás enamorada y que sales con ese joven?
                    —Sí, pero…, todo lo demás… No sé, me da vergüenza.
                    —De lo demás no sabe nada por el momento —le dijo Saida—.
                 Sólo le he contado lo que te ha ocurrido y la razón por la cual quie-
                 res ir a Jerusalén, nada más. Además, no podía ocultárselo. Él te ve
                 mal y se preocupa. Tuve que decirle la verdad.
                    —Está bien —aceptó finalmente la joven—. La verdad es que
                 tampoco me siento muy capaz de afrontar sola una desagradable
                 noticia si algo malo hubiese ocurrido. Ojalá pudiese venir también
                 usted.
                    —Me gustaría niña. En serio que me gustaría, pero yo no me
                 siento en condiciones de hacer un viaje tan largo. Ya sabes; Los años
                 —le dijo Saida sonriendo.
                    Fatma le devolvió la sonrisa. Desde que conocía a la señora Ma-
                 her era la primera vez que esta confesaba abiertamente las limita-
                 ciones que le ocasionaba su edad. A pesar de ser una mujer aún
                 activa, Saida tenía algunos problemas de fatiga como consecuencia
                 del asma que arrastraba desde hacía tiempo, y su médico le había
                 desaconsejado hacer viajes largos debido a una afección circulatoria.
                 Evidentemente, la octogenaria se encontraba en peores condiciones
                 que su marido a pesar de su reticencia a reconocerlo. Y aunque Fat-

 128                                                                      129
   126   127   128   129   130   131   132   133   134   135   136