Page 146 - Edición final para libro digital
P. 146

¿Qué otra razón podría haber para que no la telefonease ni respon-
              diese a sus continuas llamadas?
                 —Sé muy bien las presiones que está sufriendo Ariel con eso del
              ascenso. Es su mayor ilusión progresar en su carrera, y su relación
              conmigo le está resultando un obstáculo. Si no me ha llamado estos
              días ni me responde al teléfono, es que, muy probablemente, ha
              optado por anteponer su profesión a nuestro amor —razonó Fatma
              entre lágrimas.
                 El anciano Maher cogió entonces la mano de la joven intentando
              consolarla. Pero fue David Kachka quien tomó la palabra para sacar
              a Fatma de su particular infierno.
                 —Debes saber algo Fatma. Ariel está locamente enamorado de
              ti. El mismo me ha confesado su disposición a renunciar a su carre-
              ra si por ella se viese obligado a perderte. Vino a Acre con el firme
              propósito de convencerme para que me hiciese cargo de la defensa
              de tus hermanos, a pesar de saber que ya no me dedico a llevar esos
              casos. Todo cuanto ha hecho ha sido por ti. Así que ni se te pase
              por la cabeza que pueda tomar alguna decisión que no sea estar a tu
              lado. Si no te ha llamado, seguro que ha sido porque algo se lo ha
              impedido.
                 —¿En serio le ha dicho Ariel todo eso? —preguntó Fatma emo-
              cionada.
                 —En serio. No tendría por qué mentirte —entonces, mirando
              su reloj, dijo— Ya casi ha pasado media hora, vayamos al cuartel.
                 Cuando Kachka se giró para llamar al camarero, ya Abdud se
              encontraba junto a la caja pagando la consumición. Fatma y el padre
              de Ariel se levantaron también y salieron del local. Al cabo de unos
              segundos se les unió el señor Maher y los tres echaron a caminar
              rumbo a la academia.
                 Unos diez minutos más tarde estaban, nuevamente, ante el anti-
              pático guardia de la entrada. El milico ni siquiera salió de su garita.
              Conociendo la razón de su presencia, sólo se molestó en descolgar
              el auricular de la pared para anunciar a los visitantes de Ariel. Unos
              segundos después, se asomó a la puerta de la caseta y, mirando con
              desdén a Fatma y al viejo Abdud, dijo:
                 —El teniente Kachka vendrá en unos minutos.

              144                                                                                                                                              145
   141   142   143   144   145   146   147   148   149   150   151