Page 277 - Edición final para libro digital
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terior del vehículo, el alférez Gorten y los sargentos Mailos y Linsky
                 escoltaban a los prisioneros.
                    —Tenga mucho cuidado, señor —le pidió Gorten a su superior.
                    —No se preocupe, todo saldrá bien. Antes de un par de horas
                 estaré de regreso con nuestros hombres.
                    Aquello fue todo cuanto hablaron los dos militares antes de que
                 Ariel arrancase el coche rumbo a Gaza.
                    Apenas quince kilómetros separaban el cuartel de Ascalón del
                 punto convenido. No tardaría más de quince o veinte minutos en
                 llegar a Bayt Lahiya, lugar acordado para el encuentro. El sitio ele-
                 gido por los milicianos de Hamás era un barrio en la periferia de
                 la ciudad. Una población agrícola cercana a una pequeña laguna.
                 A orillas de la misma esperarían los enviados de Musleh. La zona,
                 prácticamente llana y con muy pocas edificaciones, permitía a los
                 rebeldes controlar los alrededores a considerable distancia. Sin duda
                 sería una sentencia a muerte para Eitán Sabel y sus dos hombres
                 pretender engañar a los palestinos incumpliendo sus condiciones.
                 Kachka había tenido todo aquello en cuenta a la hora de tomar la
                 decisión de afrontar solo aquella misión.
                    Antes de que Ariel alcanzase el paso fronterizo la lluvia comenzó
                 a caer con fuerza. Aquella circunstancia hacía más complicado el
                 avance por los caminos de tierra que cubrían los tres últimos kiló-
                 metros del trayecto. Llegarían al lugar con el tiempo muy justo, e
                 incluso podrían retrasarse. Ariel temía que la impaciencia de los pa-
                 lestinos ante su retraso pudiese dar al traste con el plan; por lo cual
                 condujo más aprisa de lo que sería conveniente por aquellas pistas.
                    Desde el momento que pasó al otro lado del muro que separa-
                 ba ambos territorios, el joven capitán pudo percatarse de que los
                 hombres de Ezzeddin Al-Qassam le vigilaban. Algunos campesinos
                 y curiosos eran, sin duda, gente de Musleh que controlaba su llega-
                 da. Una vez más, Ariel pensó en lo estúpido que habría sido aparecer
                 acompañado por sus subalternos.
                    Kachka condujo bordeando la laguna por la parte este, hasta llegar
                 a unos grandes estanques artificiales existentes a la orilla de la misma.
                 Allí se terminaba la pista que conducía al solitario lugar; un camino
                 casi convertido en lodazal como consecuencia de la lluvia caída. Ariel

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