Page 280 - Edición final para libro digital
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—Antes quiero que ellos tres sean liberados. En cuanto entren en
              el coche les quitaré las esposas a los vuestros.
                 El palestino hizo un gesto a los dos hombres que custodiaban a
              los militares y estos ordenaron bajar a los judíos. Sin dejar de apun-
              tarles con sus armas se acercaron al grupo. Los tres prisioneros te-
              nían los ojos vendados y las manos atadas con bridas de plástico.
                 —Bien —dijo el miliciano—. Aquí los tienes. Ahora libera de
              las esposas a los nuestros. Ariel sacó de su bolsillo una pequeña llave
              y dejó libres a Sabil y Nabir. Mientras, los tres judíos capturados
              subían al coche del joven capitán; aún con las vendas en los ojos y
              maniatados.
                 Sabil y Nabir fueron llevados entonces hasta el todoterreno por
              sus compañeros. En tanto, el jefe de estos, ya retrocediendo, le decía
              a Ariel:
                 —Ahora nos iremos. Vosotros esperad aquí cinco minutos antes
              de arrancar. Os estaremos vigilando, y si nos seguís puedes estar
              seguro que no volveréis a cruzar el muro.
                 —Descuida. No os vamos a seguir. Aunque eso no nos garantiza
              que lleguemos a cruzar sin que nos matéis antes.
                 Boulus Musleh siempre cumple con su palabra. Podéis estar tran-
              quilos. Si tú cumples nosotros también cumplimos.
                 Dicho esto, el jefe de aquella caterva se subió al vehículo en el
              cual llegaran un poco antes. Dieron la vuelta, y al poco rato ya se
              habían perdido detrás de los cultivos.
                 Todo cuanto Ariel llegó a conocer de Musleh no fue más allá
              de la aseveración de sus subordinados en el honor del personaje.
              Su pretensión inicial de llegar a negociar directamente con el jefe
              de aquellos hombres se vio relegada a un trato secundario con los
              seguidores de tan honorable líder.
                 Ariel desató a sus compañeros, quienes se quitaron inmediata-
              mente las vendas. Los cuatro permanecieron en el coche durante un
              buen rato antes de tomar el camino de vuelta hacia Ascalón.
                 Mientras esperaban, Eitán Sabel y el joven Kachka se presenta-
              ron. El teniente agradeció efusivamente a Ariel su liberación; inci-
              diendo en el valor del joven al tomar la decisión de presentarse solo.
              Bien sabían todos ellos que ante las exigencias de Musleh podrían

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