Page 279 - Edición final para libro digital
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Del todoterreno descendieron tres hombres armados con fusiles
                 de asalto. Mientras, un cuarto individuo permanecía sentado al vo-
                 lante con el motor en marcha. Ariel no se movió de su asiento. Es-
                 peró pacientemente a que los individuos se le acercasen. Fue al llegar
                 junto a su coche cuando quien parecía ser el jefe le solicitó mediante
                 señas que bajase del vehículo. Ariel obedeció. Pero esta vez no inten-
                 tó coger la pistola que permanecía en el asiento de al lado. Sabía del
                 peligro que le supondría echar mano del arma y de la inutilidad de
                 portar la misma en tal situación.
                    Kachka salió bajo la lluvia. La mañana no era excesivamente fría,
                 pero el aguacero que se cernía sobre sus cuerpos no tardó en calar su
                 ropa. Aquella sensación de humedad interna, añadida a su nerviosis-
                 mo, le hacía tiritar incontroladamente.
                    —¿Qué te pasa?, ¿acaso tienes miedo? —le preguntó el jefe del
                 grupo.
                    —¿Por qué habría de tener miedo?, ¿hay razones para ello?
                    —Estás temblando.
                    Era cierto. A pesar de sus esfuerzos por aparentar sereno no podía
                 evitar aquel continuo estremecimiento.
                    —Esta lluvia no me hace nada bien. Tengo algo de fiebre —min-
                 tió Ariel para salir del paso—. Terminemos cuanto antes con esto.
                    El individuo del fusil se agachó a mirar en el asiento trasero del
                 viejo Volvo que utilizaba Kachka para comprobar si los Hasbúm es-
                 taban bien. Estos le hicieron una seña con la cabeza indicándole que
                 todo estaba en orden. Entonces volvió a dirigirse a Ariel.
                    —Está bien. Que bajen, y quítales las esposas.
                    —Antes quiero comprobar que el teniente Sabel y sus hombres
                 se encuentran bien.
                    El individuo se le quedó mirando. En cierto modo le sorprendía
                 el atrevimiento del hebreo.
                    —Están en la camioneta. Puedes verlos.
                    —Ariel se acercó unos pasos y pudo ver de cerca a los tres prisio-
                 neros. Aunque su estado no era óptimo no parecían sufrir heridas
                 graves. Entonces abrió la puerta trasera del Volvo y, ayudado por el
                 palestino, sacaron a los hermanos maniatados.
                    —Quítale las esposas —volvió a exigirle el portavoz de Musleh.

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