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haber abortado la misión. Sin embargo, el joven Kachka, arriesgán-
                 dose incluso a ser sancionado por ello, no quiso volver a Haifa sin
                 los prisioneros rescatados.
                    Era más de mediodía cuando llegaron los cuatro al cuartel de
                 Ascalón. Durante el camino había cesado la lluvia, pero los enfanga-
                 dos caminos que debieron recorrer hicieron que su pequeño viaje de
                 regreso les llevase mucho más tiempo de lo normal.
                    El alférez Gorten y los dos sargentos les esperaban en la entrada.
                    —Señor. Cuánto me alegra que todo haya ido bien. No creímos
                 que regresase con vida
                    —Ya le he dicho que todo iría bien. Aunque no lo crea, los pales-
                 tinos son gente de honor. Hay muchas cosas que aún no conocemos
                 de ellos y que inciden negativamente en nuestros deseos de paz.
                    Al decir aquello, Ariel pensaba en Fatma. Cuánto había llegado
                 a comprender desde que la conocía. Cómo había cambiado su pers-
                 pectiva del conflicto desde entonces. Sin duda, muchos de aquellos
                 hombres eran unos fanáticos dispuestos a cualquier cosa, obcecados
                 en unos discutibles ideales, pero el pueblo palestino no podía ser
                 juzgado globalmente por los actos que cometían unos cuantos. Mu-
                 chos de ellos estaban convencidos de que su causa lo justificaba todo,
                 pero los más, hartos de vivir en la miseria y el miedo, deseaban que
                 aquello se terminase de una puñetera vez, tanto como la mayoría de
                 los judíos. No eran los muyahidines los que fomentaban aquel odio.
                 Estos, al igual que los jóvenes hebreos reclutados, eran simplemen-
                 te el arma ejecutora en una situación de permanente rencor cuyo
                 mantenimiento beneficiaba a ciertas clases de uno y otro bando.
                 Donde muy probablemente también tenían intereses algunos países
                 extranjeros que, de un modo u otro, mantenían vivo el horror de un
                 conflicto que para ellos tan sólo suponía un negocio más.













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