Page 278 - Edición final para libro digital
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detuvo el vehículo y, sin bajarse del mismo, oteó los alrededores, bus-
              cando con la mirada a Rahid Padúm. Pero no vio a nadie. A pesar de
              que faltaban apenas unos minutos para la hora acordada la zona estaba
              desierta. El lugar despertaba en Kachka un incontrolable nerviosismo.
              En caso de surgir algún imprevisto no tenía más escapatoria que la
              misma pista embarrada por la que había llegado. Una retirada en ta-
              les circunstancias significaba una muerte segura o, como mal menor,
              pasar a formar parte del contingente de rehenes de Boulus Musleh.
                 Sabil, que al igual que su hermano no había dicho una sola pala-
              bra durante el trayecto, se dirigió a Ariel para acentuar sus temores.
                 —Creo que deberías dejarnos y marcharte. No parece que vayan
              a traer a tus compañeros, y lo tienes muy difícil para salir de aquí
              con nosotros nuevamente.
                 —Ese no ha sido el trato. Esperaremos a que lleguen. Le respon-
              dió Ariel. —Dando por hecho que no se acercarían hasta comprobar
              que nadie les había seguido.
                 —Has sido muy atrevido al aceptar venir solo con nosotros.
                 —Puede ser. Pero de momento, quien tiene el arma soy yo y
              quienes estáis esposados a la espalda sois vosotros. No os preocupéis
              por mi seguridad.
                 Kachka mostraba una fortaleza y una confianza en sí mismo que
              sorprendía a los Hasbúm. Pero en realidad sabía que Sabil tenía toda
              la razón. Si quisiesen jugársela nada podría hacer por evitarlo, y sería
              una víctima más de aquel enloquecido conflicto.
                 Más de un cuarto de hora permanecieron en el coche sin que
              nadie apareciese. La intensa lluvia ya comenzaba a convertir en in-
              transitables aquellas calzadas. Ariel temía no poder regresar a Asca-
              lón sin dejar libres a los dos hermanos en caso de prolongarse más
              la espera. Pero entonces, a unos cien metros, saliendo de la última
              curva, un viejo todoterreno gris apareció tras los cultivos. Detrás
              de este, una pequeña camioneta en cuya caja trasera portaba a tres
              hombres atados de pies y manos y totalmente anegados. La pequeña
              comitiva se detuvo unos metros por delante del coche de Ariel. Este
              había girado ya el vehículo, dispuesto a intentar el regreso antes de
              que fuese demasiado tarde; aunque ello supusiese abandonar la mi-
              sión y asumir su fracaso.

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