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CAPÍTULO 30.











                     l día amaneció cubierto. Ariel se asomó a la pequeña venta-
                     na que se encontraba justo sobre su litera y miró al exterior.
                ELa penumbra cubría aún la población. El cielo plomizo y unas
                 fuscas y amenazantes nubes eran el preludio de una mañana desa-
                 pacible y lluviosa. Faltaban aún un par de horas para dirigirse con
                 los hermanos Hasbúm al lugar previsto. Boulus Musleh, tal como
                 le dijera Padúm el día anterior, no había cedido en sus condiciones.
                 Le quedaba, por lo tanto, poco tiempo para comprobar si su atrevi-
                 miento resultaría en un éxito o, por el contrario, supondría la espita
                 de una nueva explosión de odio y enfrentamientos. Kachka lo tenía
                 muy claro. Por lo que de él dependía, haría lo posible por llevar
                 todo aquello a buen término, aun con el convencimiento de que
                 arriesgaba su propia vida. El alférez Gorten se estaba ya levantando
                 cuando Ariel apartó su mirada de aquel triste amanecer para vestirse
                 y disponerse a afrontar el día más comprometido de su vida.
                    Hasta que se encontraron desayunando juntos, los cuatro hom-
                 bres nada comentaron sobre los inminentes acontecimientos que se
                 darían aquella mañana. Fue, una vez más, el alférez Gorten quien
                 tomó la iniciativa del comprometido debate.
                    —Señor —dijo—. No puedo desobedecer sus órdenes y por ello
                 permitiré que vaya usted solo a Gaza. Pero comprenderá que deberé
                 informar sobre esta situación en cuanto regresemos a Haifa.


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