Page 276 - Edición final para libro digital
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—Lo comprendo alférez. Cumpla con su deber. Lo que ocurra
              de ahora en adelante será sólo responsabilidad mía.
                 Ante la inutilidad de los primeros planes estudiados para la ope-
              ración, los cuatro militares no volvieron a tocar el tema. Desayuna-
              ron en silencio, y no fue hasta que hubieron terminado el almuerzo
              matutino cuando comenzaron los preparativos para la custodia y
              posterior entrega de los Hasbúm a los milicianos de Hamás. A cam-
              bio, Ariel esperaba poder volver a Ascalón con Eitán Sabel, Erick
              Mailos y Alfred Linsky sanos y salvos.
                 —Señor Gorten. Prepare a los reos para el traslado —le ordenó
              el joven oficial al alférez, mientras se disponía a llamar nuevamente
              a Rahid Padúm para concretar el lugar del intercambio.
                 —Sí señor —se limitó a responder el alférez. Y dirigiéndose a los
              otros dos suboficiales, solicitó la colaboración de estos para los prepa-
              rativos—. Sargento Darsán. Sargento Timot. Ya han oído al capitán.
                 Los tres subordinados salieron de la estancia. Ariel se asomó a la
              ventana para mirar nuevamente al exterior. Un indisimulado gesto
              denotaba su contrariedad ante el amenazante clima. Desde allí, con
              la mirada fija en el oscuro cielo, efectuó la llamada que daría co-
              mienzo a aquella incierta y peligrosa operación.
                 —Estamos preparados para la entrega. Dentro de una hora y
              media estaré con los Hasbúm en el sitio acordado —le dijo Ariel a
              su interlocutor.
                 —Está bien —respondió Padúm al otro lado—. Recuerde que
              estaremos vigilando su llegada. Si no viene usted solo sus hombres
              morirán.
                 —No se preocupe. Cumpliré con lo pactado. Sólo espero que
              ustedes tengan la misma nobleza.
                 —No le quepa duda, Boulus Musleh siempre cumple su palabra.
                 Ariel no estaba tan seguro de lo que Rahid Padúm le decía; pero
              no tenía otra alternativa si quería terminar de una vez con todo
              aquello y volver cuanto antes junto a su amada Fatma. Rezó para
              que todo saliese tal como deseaba y se preparó para hacer el pequeño
              viaje que le llevaría al desenlace final de su aventura.
                 Veinte minutos antes de las diez se subía al coche donde se en-
              contraban ya, en el asiento trasero, Nabir y Sabil Hasbúm. En el ex-

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